“Sólo le pido a Dios… que el dolor no me sea indiferente” hemos escuchado muchas veces cantar a una de las voces más privilegiadas que ha tenido nuestro mundo, Mercedes Sosa. Esta canción de León Geico se me ha venido muchísimo a la mente en estos días en que hemos sido testigos de la oleada de inmigrantes que están atravesando nuestro país, sobre todo hermanos venezolanos, que huyendo de las condiciones tan inhumanas de su país, buscan llegar a los Estados Unidos. Aquí no se trata de jugar a la política diciendo que: ¿por qué huyen de ese paraíso comunista? O ¿por qué no se van para Cuba o por qué no se quedaron en Nicaragua? El nuestro es también un país que expulsa a los suyos por miles cada año, así que criticar a otros por sus pésimas políticas en bien de todos, y no sólo de los del grupo en el poder, es como escupir para arriba. Aquí lo que está en cuestión es nuestra actitud y nuestras reales posibilidades para atender esta crisis humanitaria. Lo que no debemos hacer, es quedarnos indiferentes ante tanto dolor.
Tampoco es correcto mirar a otro lado o creer que es asunto de trasladarlos de una frontera a otra y que con eso ya cumplimos nuestra parte. Escuchar a estos hermanos que tienen meses de estar recorriendo una ruta criminal, en la que muchos han perdido la vida. Escuchar a los niños que viven de una manera tan desarraigada, que no conocen ni pueden llamar un lugar como propio, que se vuelven expertos en sobrevivir pero no entienden lo que buscan, le parte el alma a cualquiera.
En México, muchas organizaciones han servido a los migrantes nuestros, a nuestros hondureñitos que han tenido que dejar la patria en la que los que gobiernan los han visto como moneda de cambio y no como personas. En justicia, por aquellos que les han ayudado, nosotros debemos ahora devolver el favor a los que por las circunstancias que sean, atraviesan nuestra patria. En una reunión en la que participé recientemente, en la que se abordaba la temática de los hermanos migrantes que están llegando al país, nos decían los expertos que lamentablemente la única institución que puede responder de manera ordenada y adecuada a los migrantes, es la Iglesia. Les prometo que no sabía si sentirme orgulloso o frustrado.
Tal vez, fueron ambas cosas. Nosotros no somos una ONG, lo nuestro no está reducido a solucionar un problema particular y puntual sino a ver a los ojos a personas concretas y tenderles las manos para hacer todo lo que se pueda, por su bien. Si los que deberían ocuparse de estos migrantes son indiferentes porque están más ocupados en mantener su cuota de poder o manipularlo todo, pasiva o activamente, para poner al Fiscal General y al Adjunto, nosotros no debemos. El problema en nuestra sociedad no son sólo los malos, sino, y sobre todo, los indiferentes. Esos son los peores.