Platicando con alguno de los hermanos mayores de la Parroquia en estos días, y cuando digo mayores no sólo me estoy refiriendo a su edad, sino y sobre todo a su experiencia, me decía con profundo dolor y sin ningún afán de ofender, que los políticos de nuestro país son lo peor que le puede haber pasado a Honduras. Iba yo a abrir mi boca para opinar, cuando caí en cuenta que no tenía argumentos para poder decir siquiera que su opinión estaba lejos de la realidad. Lo cual claro, no quiere decir que no haya habido personas lo suficientemente dignas para aspirar a cargos que representasen para ellos y para todos, la búsqueda del bien común y no la búsqueda del bien de los de su propio grupo, familia o facción política.
Duele muchísimo pensar que no podemos encontrar una solución viable mientras quienes nos lideran sean incapaces de actuar de manera ética. Es más, casi me atrevería a decirles que no entienden lo que esa palabra significa. No hay conciencia, no hay ética, no hay amor sincero por el país. En estos días nuevamente se ha activado uno de esos circos en los que al acercarse las fechas de las elecciones primarias, y no digamos incluso la generales, tenemos que sufrir tanto. Lamentablemente nos hemos vuelto increíblemente conformistas, al creer que los comentarios que se hacen en las publicaciones de las redes sociales, son reales reacciones o son divertidos, cuando realmente son inmensamente preocupantes.
No es un asunto de pensar o creer que la gente que opina en esos comentarios se está desahogando. El verdadero problema es que nos estamos ahogando en ese afán de ofendernos, señalarnos y condenarnos los unos a los otros. El verdadero desahogo debería de proceder el saber que algo se está haciendo en bien de todos y no sólo de unos pocos. Nuevamente, el fanatismo y la falta de consistencia, entre lo que se dice y lo que se hace, nos está llevando a un nuevo despeñadero. Hay un salmo que me encanta muchísimo, admito más cantado que hablado, que dice: “¿hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándonos?” Pero la verdad no es que Dios nos ha olvidado, sino que nosotros lo hemos olvidado a él. Lo más que muchas veces hacemos, y sobre todo es odioso en boca de los malos políticos, se le invoca de manera cobarde e incoherente.
El problema real del salmo es que termina preguntándole a Dios: “¿hasta cuándo, Señor, va a triunfar mi enemigo?” El problema, insisto, es que pareciera que somos enemigos de nosotros mismos. Y aunque es cierto, que en muchos lugares se repite un poco la historia que, al escuchar a hablar a los habitantes de esos países, se refieren de manera negativa a su vida y a sus gobiernos, pero en el caso nuestro, no es una sencilla quejadera, es verdad. Así que mi oración hoy al Señor es: ¿hasta cuándo, Señor, vamos a seguir quejándonos? Basta de excusas y dejemos de pagarles a los payasos del circo para construir verdades.