Reflexión | En el clavo

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Una vez más y lo digo consciente que mi opinión puede parecer sesgada, los señores obispos han dado en el clavo de la situación imperante y han, en sus palabras, “enérgicamente” denunciado un proceder errado en la política de la lucha contra la criminalidad en el país. Nos estamos enfrentando al monstruo de las mil cabezas.

También estamos claros que esta no es una situación de la que son sólo responsables los personeros del gobierno. Pero es evidente que mientras sigamos teniendo personas al frente coludidas con el crimen organizado, pues la lucha es casi inútil. No es ideal, para nada, el manejo de las cárceles en el país y ver las imágenes en las que se ha reducido a la impotencia a los antisociales por mucho morbo que genere, no debería de ser el fin en ninguna sociedad. Hay algunos de ellos que probablemente por el altísimo nivel de hundimiento en el que están por las drogas o por la destrucción de su identidad como seres humanos es difícil que puedan ser rehabilitados. Lo dicen, los expertos cuando señalan que hay un proceso de degradación, prefiero llamarlo deshumanización, sin retorno, cuando nos acostumbramos a hacer el mal y sobre todo cuando ese mal implica el daño físico a otras personas.

Como lo apuntaba pues, los señores obispos una vez más y probablemente esto es lo más doloroso, porque no es la primera vez que lo hacen saber, han enfatizado que no se está atacando las raíces del problema. La violencia sigue creciendo en el país, por muchas estadísticas que quieran disfrazar, porque no se está combatiendo la pobreza, la falta de oportunidades, la falta de educación y sobre todo la raíz de todos los males en nuestra tierra: la corrupción.

Viendo las fotografías que han hecho públicas las fuerzas encargadas de imponer el orden en las cárceles del país, no podemos menos que sorprendernos del abuso de autoridad que ha habido en los centros penales y la ineficiente cuando no nula, aplicación de reglamentos concretos que, más allá de esperar que sirviesen para rehabilitar a los privados de libertad, les han facilitado un ambiente que poco tiene que envidiarle a un club campestre.

El contubernio de las autoridades encargadas de la dirección de los centros penales y de los agentes llamados a poner orden en ellas, es un nivel de corrupción que estamos pagando todos. Para nadie es extraño que desde las mismas cárceles es desde donde se han estado orquestando los crímenes más detestables y se ha dirigido la extorsión y el sicariato. Es realmente repudiable que mientras a personas que han intentado ayudarle a los privados y privadas de libertad, a formarse, volver al buen camino, encontrarse con la verdad que es el Señor, como lo han intentado hacer los hermanos de la Pastoral Penitenciaria, les ponen mil y una traba hasta para ingresar a evangelizar, al mismo tiempo se permita entrar armas, televisores y toda clase de drogas. Esta es la oportunidad para poner orden de una vez por todas, pero conscientes que esa solo es la punta del iceberg.

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