Homilía del señor arzobispo para el XIII domingo del tiempo Ordinario

Hacer el bien al otro, vincularnos al otro, identificarnos con el otro (Mt 10,37-42)

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Brenner, Adam; Christ Calling His First Disciples; Leicester Arts and Museums Service; http://www.artuk.org/artworks/christ-calling-his-first-disciples-80973

Quien les acoja a ustedes, es como que me reciba a mí”, dice Jesús a sus discípulos. Jesús nos identifica con él, en cuanto vamos en su nombre a cumplir su misión. En la primera lectura, aquella mujer y su esposo (aunque eran extranjeros), acogen a Eliseo por ser “un hombre de Dios”. Así mismo, Eliseo, por su parte, se pregunta “¿qué podemos hacer por ella?”. Observamos una mutua preocupación por el bien del otro. Nos recuerda a otros pasajes: como el de Abraham y Sara en Mambré, y el de Elías en Sarepta, etc. Parece poco, pero si la mayoría viviéramos en esa actitud, ¿no se iniciaría una profunda revolución? ¿Se imaginan qué iría pasando poco a poco en los distintos ámbitos sociales si cada quién estuviera tan preocupado de las necesidades de los otros como de las propias? “El que le dé un vaso de agua a un profeta, recibirá paga de profeta”. Eso significa que las actitudes con que tratamos a los demás no solo impactan en el otro, sino en nosotros mismos.

Lo bueno que hago por otra persona, no solo le beneficia a él, sino también me enriquece a mí. Vivimos en un mundo de la desconfianza creciente, “ya no se puede abrir la puerta a nadie” o “bastantes problemas tengo yo, que no puedo atender a los demás”, insistimos. Estas actitudes empiezan a manifestarse respecto a los que pertenecen a otro gr upo, sin darnos cuenta, que los sentimientos de indiferencia crean en nosotros una inercia al individualismo y la suspicacia, incluso, una falta de comunicación con los más próximos.

La lógica de esta indiferencia, o falta de empatía, se adueña de todo tipo de relaciones, de forma que nos vamos alejando de nuestro entorno y avanzamos a una suma inerte de personas aisladas, una “individualización despersonificada”, que deviene en una “triste soledad”. El antídoto de esa “triste soledad” es lo que las tres lecturas de hoy nos proponen: hacer el bien por el otro, vincularnos al otro, identificarnos con el otro. Entiéndase aquí “el otro”, como la persona humana cercana y concreta, la cual adquiere para nosotros cada vez una mayor relevancia.

En verdad, “el otro”, lejos de ser un potencial rival, es un “potencial amigo”, cuyo encuentro con él me ayuda al encuentro conmigo mismo. Porque cuando nos encontramos con el otro y le dejamos ocupar algo de nuestro espacio y nuestro tiempo, nosotros mismos redescubrimos nuestra “casa interior”. Nadie puede conocerse a sí mismo cómo es realmente, si no se contrasta de cerca con los demás. En definitiva, acoger a los demás es también un camino de aprender a acoger a Dios, el “Otro” por excelencia.

Y éste es el encuentro más importante, esperado y temido al mismo tiempo. Por ello Jesús afirma, que, si te has encontrado con él, todos los encuentros anteriores, incluso padre y madre, hijos, etc. quedan relativizados, ya que el todo es superior a las partes, como enseña el Papa Francisco. En conclusión: al llegar a este mundo alguien asumió el riesgo de recibirnos en su casa y su corazón. También nosotros estamos llamados a asumir el riesgo de la acogida. Porque es acogiendo como encontramos a los demás, a Dios y a nosotros mismos.

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