Reflexión | Discursos

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Sin pretender hacer ningún tipo de juicio, respecto de lo específicamente señalado por algunos de los discursantes en la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, admito que siempre me he preguntado ¿Cuál es el objetivo de dichos discursos? Si el objetivo es que todos hablen, sin duda que el objetivo se alcanza. Pero el hablar por hablar, no tiene ningún sentido. La clave de toda comunicación humana está sobre todo en el que esté dispuesto escuchar.

Entiendo que la diplomacia tiene sus cauces y que parte del respeto que debe darse a todos, sin ningún tipo de distinción, sin ningún particularismo, sin ningún interés egoísta, es el de al menos escucharle. Ahora bien, escuchar también es un arte. Porque desde el momento en el que vemos a tal lo cual presidente parado en ese estado, sobre todo si en el pasado les hemos escuchado, nuestra tentación será siempre la de suponer o creer saber, lo que van a decir. Por otra parte, admitámoslo, es sumamente lamentable que a priori nos dejemos llevar por nuestros gustos, nuestra ideología y nuestros partidismos a la hora de escuchar a cualquiera disertar. La falta de objetividad al momento de escuchar nos está haciendo mucho daño.

En el fondo, y aunque se trata de una contradicción, el nuestro termina siendo un diálogo de sordos. No queremos entender, terminamos defendiendo lo indefendible y justificando lo injustificable.

La única cosa que sí siempre imaginé de esta plataforma, de este estrado universal que es el podio central en la Asamblea General, era que los países en el fondo intentaban mercadearse, vender un poco, de lo poco o mucho que, estuviesen haciendo sus gobiernos. Algunos también han utilizado este espacio para hacer propaganda política y no es extraño que, en muchos de sus países, utilicen lo dicho por este o aquel, para atacar, denigrar o aupar las visiones partidistas. Igualmente, creo que todos estaremos de acuerdo en ello, las posturas éticas siempre serán bien recibidas y dará siempre gusto escucharles.

Pero, aunque algunos que se la dan de historiadores terminan excusando cosas sin sentido, quiero recordar aquí las palabras del primer discurso de un Papa en las Naciones Unidas en octubre de 1965. San Pablo VI refiriéndose al papel de las mismas Naciones Unidas decía: “Ustedes han consagrado el gran principio de que las relaciones entre los pueblos deben regularse por el derecho, la justicia, la razón, los tratados, y no por la fuerza, la arrogancia, la violencia, la guerra y ni siquiera, por el miedo o el engaño”. Precisamente, creo que esto último es lo que más decepciona de los discursos que a veces se escuchan en la Asamblea. Arrogancia, imposición de criterios sin sentido, mentiras del tamaño de la tierra e intentos de engañar a la gente diciendo cosas que ni remotamente son ciertas. Hablar bien no es un asunto de retórica o de oratoria. Es un asunto de conciencia.

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