Reflexión | Dianita

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Tengo que admitir que a lo largo de los años de ministerio ha habido muchos momentos en los que no he tenido absolutamente ninguna palabra que decirle a la gente que ha acudido a mí con un dolor por la pérdida de algún ser querido. Frases prefabricadas, por muy correctas que puedan ser, sonarían casi cargadas de un cierto afán de quedar bien, de decir algo por lo menos.

Pero, el fin de semana pasado, de hecho, el mismo día del niño, fue quizás uno de esos momentos más complicados: la sobrina nieta de don Emigdio Duarte, una niñita que se preparaba para recibir por primera vez a Cristo Eucaristía, murió producto de ese cáncer criminal que atraviesan tantas personas y que su solo nombre es con mucho sinónimo de muerte: la leucemia. Los que me conocen saben el inmenso cariño y aprecio que le tengo a Emigdio. Sé que es un excelente sacerdote y tiene tantas cualidades que admiro y que envidio. Es un hermano al que a lo largo de los últimos años he aprendido sinceramente a querer mucho.

Por eso cuando me comunicó lo de la muerte de Dianita no tuve palabras. Realmente entré en shock. Hay algunos que piensan que los sacerdotes tenemos palabras para todo lo que acontece, pero créanme que, nada más alejado de la verdad. Somos de carne y hueso. Débiles y frágiles y cuando se trata de las personas que amamos, incluso tan o más frágiles que cualquiera de ustedes. Recordé a lo largo de estos años a los niños que me ha tocado enterrar, las situaciones de familias destrozadas por un dolor tan inmenso.

No lo he vivido en mi familia cercana y no quisiera jamás llegar a experimentarlo. La familia es frágil, porque la historia personal de cada uno lo es. Saber construir la familia y ocuparnos de ella no puede ser nada accesorio ni opcional. Por eso duele tanto que perdamos el tiempo en cosas que realmente no son importantes. Aquí, en nuestro ambiente, ya empezaron de manera descarada a promover ideas contrarias a los valores de la dignidad de la persona humana, de los valores del Evangelio.

No se trata tampoco de imponerle a nadie lo que contiene nuestra fe pero sí exigir que no se desvirtué e ideologice, lo más elemental de lo que el ser humano es. Las discusiones de estos días sobre inclusión me parecen tan desubicadas como ofensivas. Nadie, tampoco, pretende negar la dignidad de todos y sus derechos que para que sean realmente humanos, deben humanizar.

Las inclinaciones y preferencias sexuales no son una excusa para pretender imponer un estilo de vida que busca hacer pasar por normal lo que no lo es. Debemos construir familia e invertir en la familia. Necesitamos familias fuertes para que cuando el dolor les alcance no se sientan solos. Por eso encomiendo a Dianita y a todos los niños que sufren el cáncer. Ocuparnos de ellos es inclusivo y humano.

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