Reflexión | Creer

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

No sé si algún día alcanzaré a dejar de sorprenderme por las habilidades que tenemos para ser autodestructivos. Creo que en mucho, prefiero no dejar de sorprenderme, porque la opción contraria me llevaría a volverme indiferente y a renunciar a creer que es posible una actitud diferente. Los niveles de confrontación y de inmaduro proceder frente al que no piensa como yo, así como la defensa a ultranza de posturas radicalizadas y el eterno afán por desacreditarnos mutuamente, hasta anularnos casi completamente, nos está orillando cada vez más a puntos en los que el dialogo se vuelve cada vez más difícil.

No es ahora sólo un asunto de dialogar por dialogar, porque se necesita grandemente, estar dispuestos a escuchar y a no pretender imponer una agenda particular, a rajatabla. Se dialoga sin abandonar los principios pero sobre todo, haciendo de esos principios un camino de encuentro y no una razón para refugiarse en el cobarde silencio cómplice por aquello que decía sabiamente mi abuela que: “hechor y consentidor tienen paga igual”. “De la abundancia del corazón, hablan los labios” decía el evangelio de Lucas y creo que eso es lo que se está demostrando en las diferentes reacciones que se observan en las redes sociales y en las declaraciones mediáticas. Tanta ofensa, tanto odio, tanta diatriba, solo demuestra de lo que estamos llenos.

Eso no nos abona en nada. No se puede construir mientras se insulta o se denigra. Es imprescindible que todos, hagamos un sincero examen de conciencia para ver si realmente podemos sentirnos o considerarnos felices cuando estamos cargados de tanto afán por dividir, de fraccionar nuestras familias y nuestra sociedad.

Entiendo que más de alguno acaba de hacer una mueca al leer el párrafo anterior. Seguramente se dijeron que sólo a un cura se le ocurre hablar de conciencia cuando hay algunos que pareciera que no la tienen. Pero, eso es el sentido de creer en Dios antes que en nosotros mismos. Si mi fe se basara en lo que otros hacen, ya no sería fe.

Prefiero, una vez más, pecar de ingenuo o de iluso. “Solo Dios puede cambiar esto”, me decía hace poco una señora. Mi reacción fue decirle que sí pero que teníamos que poner de nuestra parte. Por algún motivo me quedé callado. Raro en mí.

Pero es que ella tiene razón. Si no es confiando en que es Dios quién cambia los corazones, no vamos a ver la luz al final del túnel. “Sólo la oración, Padre, sólo la oración”, me dijo otra. Y de nuevo se me vino la canción de los Guaraguao… pero esta vez no quise de nuevo hablar, porque Dios no escucha una oración si no estamos dispuestos a que la oración nos cambie. Todo en el fondo se trata de seguir creyendo, aunque parezca inútil, porque nos estamos haciendo los sordos a lo que Dios nos está pidiendo.

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