Reflexión | Corazón el más puro y más santo

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Mi devoción al Sagrado Corazón no ha nacido, porque sea yo originalmente de esa parroquia o porque ahora soy párroco en ella. Desde siempre, la entrada a mi casa estaba marcada por un cuadro del Sagrado Corazón que mi abuela materna nos regaló, cuando evidentemente yo era muy pequeño, porque mi abuelita Lola, murió hace 50 años. Juntamente con el cuadrito del Sagrado Corazón me regaló específicamente a mí, un cuadrito del Ángel de la Guarda, que aún está colocado sobre mi cama y que me ha acompañado a los diferentes lugares donde se me ha asignado.

Es así como la figura del Sagrado Corazón, juntamente con la del Inmaculado Corazón de María o bien la de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, han moldeado mi fe y mi sentimiento cristiano. No es que quiera hablarles de mí esta semana, ni que me quiera poner un tanto melancólico, sino que escribo estas líneas que serán publicadas durante la novena al Sagrado Corazón, para recordarnos a todos la centralidad que tiene, o debe tener, esta particular devoción que más que una devoción, es la síntesis de nuestra fe.

En el corazón como nos lo apunta muy bien el sentido bíblico se encuentran no los sentimientos, ni las pasiones sino el centro de la vida, de las decisiones y la memoria del actuar de Dios. Si nuestro corazón es todo eso, cuanto más lo es el de nuestro Señor. En su Corazón está la vida, se manifiesta la vida, se explica la vida. Es un Corazón que palpita al ritmo de los remos en Galilea, del martillo en Nazareth, del vino decantado en el Cenáculo y de los clavos en el Calvario. “Mi sangre es verdadera bebida y mi carne, verdadera comida”, escucharemos este domingo del Corpus y todo esto es no solo porque litúrgicamente ambas fiestas están cronológicamente ligadas, sino porque el misterio de la eucaristía es el misterio del Corazón de Jesús. El Corazón de Jesús es en sí mismo memoria de la Eucaristía.

Se celebra la fiesta del Sagrado Corazón un viernes para recordarnos que un viernes, en una cruz, se nos entregó todo, se nos amó hasta el extremo y sin medidas. Un viernes el Corazón del Señor se abrió completamente para hasta el último suspiro darlo todo. Un viernes fue sembrada en tierra la semilla más fructífera que ha conocido terreno alguno. Cuando nos encontramos con el Corazón del Señor, nuestra vida empieza a ser vida. Con sentido, orientada, donada, transformada. No es piedad dulzona, es respuesta agradecida y consciente. Respuesta libre y madura, que repara y que sana. Volver al corazón es indispensable en una sociedad que ha perdido el alma y que se ha centrado en sensaciones y manipulaciones del amor, caricaturas del amor. Volver al corazón es necesario para no perder la cabeza y llenarnos de sentimientos que nos dividan y ultrajen nuestra dignidad.

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