Llegamos a celebrar un año más del inicio de nuestro proceso emancipador. El 15 de septiembre debería siempre evocar en nosotros sentimientos patrios. Amor más grande por nuestro terruño y conciencia de nuestra responsabilidad para con la tierra que nos vio nacer o que nos ha adoptado con amor. Lamentablemente, y descubro que todas estas “lamentelas” ya cansan, estamos más preocupados por las reacciones que se pueden suscitar en las diferentes marchas que están programadas para ese día o en sus alrededores. La movilización ciudadana es legítima siempre que se haga en el marco de la ley y en el respeto que se debe tener por las opiniones distintas a las nuestras.
Sin embargo, los últimos años a lo que hemos asistido es a una serie de descalabros y de profundos desprecios sobre todo a nuestros jóvenes que se preparan con tanto tiempo y con tanto esfuerzo para honrar a la patria. Si me permiten, esa idea de que el viernes hay antorchas, el sábado los del partido en el poder y el domingo, supuestamente, se dejará para los colegios, me resulta muy doloroso. Aparte que dudo mucho que los que marcharán el sábado van a dejar el estadio. Así no se dignifica al país.
Al contrario, ofende vernos tan pero tan divididos. Desde hace mucho tiempo la posición de algunos de los señores de los partidos políticos es la de seguir patrocinando a los activistas y tenerlos entretenidos creándoles enemigos o fortaleciendo los fantasmas de un pasado, que siempre tiene imágenes magnificadas de una realidad que no existe más que en los discursos. La construcción de una sociedad realmente equilibrada pasa por la formación de ciudadanía. No puede ser que creamos que somos ciudadanos porque tenemos un DNI o, peor aún, porque podremos votar en las próximas elecciones.
Construir ciudadanía obliga a todos a recordar la importancia de la corresponsabilidad y de la ética que debe acompañar todos nuestros actos. Nada de lo que hacemos, por muy pequeño e insignificante que parezca, está exento de repercutir positiva o negativamente, en los demás. Desde una basurita llevada en el bolsillo hasta que se pueda dejar en el cesto o el respeto de los peatones que cruzan por las “cebras” nos ayuda a construir la ciudadanía que anhelamos y que merecemos. A nuestros muchachos deberíamos mostrarles que, más allá de participar en un desfile, lo que nos sirve es no desfilar en la lista de corruptos o de narcos.
Desfilar con la frente en alto, lejos de la lista de aquellos que necesitan estar en el censo de un partido y “aportando” el 20% de nuestros ingresos para ayudarle al partido, sino porque pagamos nuestros impuestos y los vemos bien invertidos en bien de todos y no de una campaña capta incautos. Ser ciudadano nunca es lo mismo que ser activista. El activista responde a la conveniencia del “líder”. El ciudadano se guía por su conciencia sin distinciones aunque tenga sus preferencias políticas. El ciudadano respeta al otro, sus ideas y sus opiniones.