Claro que a mí, como historiador, me da gusto cuando puedo hablar de fechas, de efemérides, como la que estamos celebrando este año: 800 años desde que el “Poverello” de Asís tuvo la bellísima intuición de hacer representar un nacimiento, un Belén. Digo que me gusta esto, porque hay algunos que, como decía mi abuelita, “Creen que inventaron el agua caliente” y con acciones poco más que ridículas, se creen que pueden botar lo que está enraizado en la cultura o en la consciencia de nuestra gente. Francisco, que siempre intentó parecerse más a Jesús y cuya espiritualidad estaba centrada en vivir como Cristo, imitarlo, ser como Él, un hijo del Padre,
contemplaba en el misterio de la Encarnación el supremo gesto de amor de Dios por sus criaturas, que alcanzaría su corona en el misterio Pascual. Francisco quiso ser siempre hijo.
No sabremos nunca con certeza si eso le vino de su crisis con don Pietro, su padre en la tierra, pero su nivel de abandono en Dios y su certeza de hijo en brazos de su Padre, no tuvo igual en los de su época. Para él, era urgente que supiéramos contemplar, ver cómo la grandeza de Dios no se manifestaba en un poder que se impone, sino que se hace pequeño. Si ya para esta época se da cuenta que estaban sus contemporáneos olvidando la inmensidad del amor de Dios que se hace hombre, ¡imagínense cómo se sentiría en nuestra época teniendo que luchar contra colachos, renos y grinchs! Estamos nadando contra corriente desde hace años, contra toda clase de manipulaciones a nuestra fe.
El quitar a la Sagrada Familia del misterio de la Navidad ha sido uno de los programas mejor orquestados de los enemigos de la fe. Todo queda reducido a viejos panzones vestidos de rojo y a árboles de Navidad que poco evocan al nacimiento de uno que tuvieron que poner en un pesebre. La respuesta del Papa, a la solicitud de los franciscanos, de conceder indulgencia plenaria a quienes, hasta el 2 de febrero del año entrante, se acerquen a venerar un nacimiento expuesto en un templo o lugar franciscano, es una respuesta pastoral bella al hacer memoria de lo que nuestra fe nos enseña y no lo que el mundo tergiversa.
Casi es necesario emprender una campaña en la que digamos: “Devolvámosle a la Navidad su sentido” o “devolvámosle a Cristo a la Navidad”. Es urgente que nos esforcemos, por no banalizar estos días santos. Suficientes problemas tenemos ya en nuestro mundo con los semidioses que se encasquetan en el poder y todo lo quieren manipular, como para olvidar que nuestro Señor, quiso hacerse pequeño y necesitado, para que nuestras miradas estuvieran centradas en Él y no en nosotros. Gracias sean dadas a Francisco y a la comunidad franciscana que nos han ayudado, creativamente, a que no olvidemos lo que celebramos y por qué lo celebramos.