En la sala del Cenáculo se dio cita aquella memorable Última Cena que verifica la gran escena de la Alianza en el Sinaí de Dios con Israel (cf. Ex 24). La sangre es el símbolo de la vida, el altar el signo de la presencia de Dios y todo el pueblo estaba alrededor del altar como una única comunidad espiritual. Las palabras de Moisés son definitorias: “Es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes”.
A estas palabras se refiere Jesús en la última noche de su vida terrena celebrando la cena pascual. Él, aunque sigue el ritual, ofrece de improviso un significado sorprendente e inédito. Toma el pan y dice: “Tomen, esto es mi cuerpo”, que en lenguaje semítico significa simple y paradójicamente: “Esto soy yo mismo”. Y luego tomó el cáliz diciendo: “Esta es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por muchos”.
Aquí resuenan pues las palabras de Moisés en el Sinaí: El vino de la Pascua es ahora la Sangre de Cristo que crea la alianza plena y perfecta entre Dios y el hombre. Es una “sangre derramada por muchos”, expresión oriental para indicar que es la sangre de una persona sacrificada para salvar a todos los hombres. Todos los banquetes que Jesús había tenido con los pecadores y con las multitudes (la multiplicación de los panes) obtienen ahora su último y definitivo significado. Claramente Jesús anuncia que, después de la cena eucarística y la pausa oscura de su muerte, beberá el cáliz del vino nuevo en el Reino de Dios.
Es el banquete de la perfección celestial cantado por Isaías durante el cual se “se eliminará la muerte para siempre y el Señor Dios enjugará las lágrimas de todo rostro” (25, 8). La cena eucarística que nosotros celebramos hoy con particular intensidad en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor, es pues, una pregustación de esa realidad para nuestro presente lleno de dolor y alegrías, sueños y esperanzas, hasta que lleguemos todos al banquete definitivo en el Reino de los cielos. Les invito a escuchar atentos el maravilloso conjunto de lecturas de este día para entrar con alma, vida y corazón al misterio que todos los días celebramos y que en este día hacemos especial memoria para agradecer: “¿Cómo te pagaré, Oh Señor, todo el bien que me has hecho?” (Sal 115, 1).