Cuidados por la estrella, unos magos nos narra el Evangelio de hoy, “entran en la casa”, ven a la madre del Mesías y, en el centro, al niño ante el cual se arrodillan. Toda la narración de hoy nos permite reconocer que ellos representan, ya casi al final del tiempo litúrgico a los verdaderos creyentes, como fruto precioso espiritual para considerar en el camino que debemos nosotros proseguir al terminar este tiempo de gracia, se impone como un seguir creyendo. Los ojos de los magos fijos en la estrella son del símbolo de todos los hombres que “buscan a Dios caminando como a tientas” según lo había dicho San Pablo en el areópago de Atenas (Hch 17, 27).
La estrella se convierte, por tanto, en un símbolo del rey mesiánico, tal como el Apocalipsis llama a Cristo: “La estrella de la mañana” (2, 28). Junto a la guía cósmica y racional de la estrella, que hace de guía en el orden de las “obras hechas por Dios” (Rm 2, 20), está la Biblia. Israel es el pueblo depositario de esta guía más luminosa que la estrella, la Escritura Sagrada, que sin embargo no le ha permitido ver con claridad la llegada de su salvador, tal como lo había dicho claramente el texto de Miqueas “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres el pueblo más pequeño de Judá: de ti saldrá, en efecto, un jefe que pastoreará a mi pueblo, Israel”.
Pero, ese pastor será descubierto solamente por estos extranjeros, “venidos de oriente” y destinados a sentarse a la mesa de la alegría por haberlo encontrado. Mateo subraya la “grandísima alegría” con la que los magos acogen la revelación mesiánica destinada a ellos. Contrastando con el rechazo al Niño nacido por parte de Herodes y toda Jerusalén con Él. Así esta fiesta se llama Epifanía, que significa “manifestación”, porque el Israel étnico yo no es el “verdadero Israel de Dios”; la pertenencia racial y tradicional a una comunidad de salvados hoy se ve manifiesta como una puerta que se abre para que el Niño de Belén salve a todos los pueblos de la tierra. Permitámosle a la Palabra de Dios, contenida en la Biblia, animar nuestro caminar como luz de la verdadera estrella que no conoce el ocaso y que nos llama a seguir en sus sendas, una vez que terminado este tiempo quedemos como verdaderos creyentes, impactados para siempre del resplandor de su gloria.