El hermoso Evangelio de hoy nos pide una profunda y radical transformación, se trata del llamado a ser sal y luz del mundo. La vida sin en el sabor que da la fe se vuelve insípida y la luz se torna oscuridad. El sin-sabor y la oscuridad de muchos cristianos es el signo del alejamiento de la fuente del sabor y la luz que es el amor de Dios.
Una lámpara sin aceite no sirve para nada, como la sal insípida. El anuncio de Dios no pasa sólo a través de las palabras sino también a través de las manos que hacen operativas, es decir, capaz de gestar el bien en todas sus formas, conformándose así en las mismas manos de Cristo, que curaba y consolaba, abrazaba y devolvía la vida.
El cristiano debe estar expuesto al sol de Dios como la ciudad puesta sobre los montes. Y esta luz recibida no se puede esconder en el “recinto oculto” de un grupo, de un movimiento eclesial, de una familia, de su comunidad eclesial, sino que se debe diseminar sobre todos los hombres y sobre toda criatura.
El famoso filósofo Nietzsche ateo alemán, reprochaba a los cristianos: “Si la buena noticia de su Biblia estuviera también escrita en su rostro, no tendrían necesidad de insistir para que ceda a la autoridad de la Biblia: sus obras deberían hacer casi superflua a la Biblia, porque ustedes mismos deberían ser la Biblia viva”. Con estas dos imágenes de gran carácter simbólico, Jesús acertadamente hace comprender a sus discípulos que la vida en su seguimiento, tiene repercusiones claras y precisas orientadas hacia el amor por el hermano y la creación entera.
Hay que saber condimentar la vida fraterna y llenar de aceite la lámpara para que brille más. Así tanto la sal como la luz son signos de la vida. El Papa Francisco en la mayoría de sus homilías y mensajes exhorta a que nuestra vida cristiana en los tiempos presentes pueda en verdad dar sabor y luz de Cristo a estas realidades frías e insípidas que nos tocan vivir.
Todos debemos tener la valentía de levantar la lámpara para iluminar, el sabor de la fe para transformar la realidad. Se trata de abrir la puerta del propio encierro para estar en estado de “salida” al encuentro de esos muchos que necesitan nuestra solidaridad y nuestro compromiso por que todos alcancemos la perfecta dignidad de los hijos de Dios.