Hoy el evangelio que engalana este domingo XXI del tiempo durante el año, está formado por tres grandes símbolos que ilustran la misión de Pedro y de la Iglesia, tal como la concibió Jesús. El primer símbolo es estructural podemos decir, se refiere a edificar una casa sobre la roca. El nuevo nombre que le impone a Simón, que hablándole en arameo su lengua, le llamará Kefas que significa piedra y que nosotros hemos traducido por Pedro.
Así que, este Pedro tendrá la misión de hacer visible la función de fundamento, de unidad, de la estabilidad de Cristo para su comunidad la Iglesia. El segundo símbolo son las llaves, el poseerlas es signo de una autoridad en sentido jurídico o cultural. Pedro, de ahora en adelante, será el que dispensará los tesoros de la salvación. Y, de este signo de las llaves sale la tercera imagen del pasaje, la del atar-desatar, también en un sentido jurídico. La misión de Pedro es la de ofrecer el perdón de Dios y, más ampliamente la de consolar, amonestar, exhortar, guiar al pueblo de Dios. Es por tanto, que este maravilloso texto que nos regala Mateo, es un retrato de la Iglesia para todos los tiempos.
En él se evidencia la voluntad explícita de Cristo de fundar “una” Iglesia, no varias. Y, junto a ella la voluntad de elegir de entre el grupo de los Doce, a Simón, para que presida el grupo, como cabeza visible con la autoridad que el propio Jesús le concede de gobernar, enseñar y santificar. Así pues en la “región de Cesarea de Filipo”, después de la confesión de fe en la mesianidad de Jesús, inició Pedro hasta nuestros días la misión de ser “piedra” fundamento visible de la perpetuidad de la Iglesia, hasta que el Señor vuelva.