Casi recordando Lv 13,1- 2.45-46, en el relato de hoy aparece en el escenario una figura con vestidos rotos, los cabellos desordenados, la barba encubierta en señal de luto, es sin duda un leproso ante cuyos gritos todos huyen como si fuera un monstruo.
Éste, por la ley, es un “excomulgado” por excelencia, un cadáver ambulante, tanto así que la tradición judía lo igualaba al niño nacido muerto y su eventual curación solo podía ser una auténtica resurrección. La narración de Marcos pone a Jesús que instaura con el leproso una relación marcada por ricos verbos: “moverse a compasión” un sentimiento de ternura ante aquel que solo horror podría inspirar. Hay que señalar que muchos textos antiguos del Evangelio leen aquí, en vez del verbo de la compasión, el de “irritarse”. Jesús se irrita contra el mal y contra aquellos que marginan al desdichado.
Sigue el texto afirmando que Jesús “extiende la mano”, gesto típico de la divinidad que se inclina sobre el sufrimiento humano. Violando todas las normas de pureza legal, echando sobre sí el mal del otro, casi compartiendo su destino, rompiendo todo el aislamiento en el que se había encontrado. Todo termina con esa respuesta a la petición del leproso: “¡Lo quiero, queda limpio!”.
Este domingo Jesús es la respuesta a todos nuestros males, la nueva lepra puede asumir los miles rostros de la marginación de la que son objeto muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. El cristiano auténtico debe, entonces, seguir caminando como su Señor, por los caminos de los leprosos, sintiendo “compasión” genuina, extendiendo sus manos, tocando sus llagas externas e internas e implorando, del único que puede salvar, la curación y la liberación.
Es un domingo para suscitar en todas nuestras comunidades el compromiso personal y comunitario para cuantos en nuestras realidades siguen llevando el peso del dolor y la marginación. Como Jesús salgamos al encuentro de ellos y ayudémosles en lo que realmente podamos. “Si quieres puedes curarme…”
