Palabra de vida |  “Sepan que estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”

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En las lecturas de este domingo pascual de Ascensión, tenemos una visión vertical: el Resucitado desde el monte de los Olivos, sube hacia las nubes del cielo, que desde la perspectiva de quienes lo ven desde la tierra, comprenden que Él ahora está entrando al mundo celestial. ¿Qué significa tal acontecimiento? Significa que así como lo narra el mismo Evangelio de hoy, Él rompe la prisión de la tierra a la que está ligado por la humanidad y, regresando al seno de Dios lleva consigo a todas las criaturas, por las que Él entregó su vida. Su ascensión es símbolo y realidad de que ha sido proclamado gloriosamente por su Resurrección, el “Primogénito de entre todos los muertos”, “Señor y Dios”, a quien toda rodilla se deberá doblar en el cielo y en la tierra (cf. Flp 2,9).

Él, en verdad es ahora “guía y cabeza” que abre precisamente esta marcha de su cuerpo tan larga como es la historia, hacia la casa definitiva del cielo, tal como lo hemos pedido el IV Domingo de Pascua: “Concédenos también la alegría eterna del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor”. Y, ahora el mismo Señor que sube, narra el evangelio de Mateo de hoy, nos dirige su llamado: “Amaestren a todas las naciones bautizándolas, enseñándoles…”

Adheridos a Él en la fe y sostenidos mutuamente en el amor fraterno, tendremos siempre la mirada fija en el cielo, desde donde un día lo volveremos a ver venir y, con los píes bien plantados en este suelo, señal del compromiso de todos seguir construyendo su reino hasta que vuelva. Y, mientas esperamos su regreso, como lo ha citado los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,1-11), promete estar con los suyos siempre, siendo como hechos dicho “Guía”, pero al igual como señala la Carta a los Hebreos: “Por eso, puesto que tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la profesión de fe” (4,14). Es una hermosa fiesta que nos explicita la verdad dicha por el propio Señor en la Última Cena: “Voy a prepararles un lugar para que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,2-3).

La Ascensión de Cristo al cielo, es entonces, con su símbolo espacial la proclamación gloriosa de su resurrección que tiene su plenitud en su ingreso a la Casa del Padre y colocarse a su derecha, señal del poder que comparte con Él.

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