Palabra de vida | “Se dirigió decididamente hacia Jerusalén”

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En este domingo el Evangelio y las lecturas de hoy refieren al vocablo “vocación”, que traducimos normalmente como “llamada”, la llamada que Dios hace a todo hombre y mujer que viene a este mundo. Esta llamada viene “escenografiada” en cuatro mini-narraciones bíblicas que tienen su origen en la acción del propio Dios. La primera escena es la de la vocación de Eliseo, discípulo y heredero del gran profeta Elías. El manto es el símbolo del don profético: se lo echa sobre las espaldas en una especie de investidura. Y desde ese momento la vida de Eliseo, campesino de Abel-Mecolá, pueblo de Transjordania, queda trastornada. Deberá dejar su clan, su arado símbolo de su antigua profesión y deberá marchar al horizonte nuevo y luminoso de la vocación profética. En contrapunto con esta narración Lucas nos presenta una segunda escena.

Un aspirante discípulo anónimo escucha la sentencia de Jesús: “Ninguno que haya puesto mano al arado y luego se vuelve atrás, es apto para el Reino de Dios”. El arado, es símbolo del trabajo abandonado por Eliseo, se vuelve signo del nuevo trabajo del apóstol, cultivador (al llamar a los primeros discípulos, Jesús había hablado de “pescadores”) de hombres. Pero en esta propuesta para ser apóstoles del Reino, Jesús señala con diferencia del llamado de Eliseo, que no hay espacio para la “despedida de los de casa”.

Se corta el pasado netamente, sin dilatación, compromiso, prueba, espera. El que entra en el Reino de Dios hace una elección radical y total. En esta atmósfera de “fuego” están incluidas también las otras tres escenas de vocación que traza el Evangelio de hoy. La tercera es la que se describe alrededor del desapego de las cosas y de los apoyos materiales. Y, la cuarta escena de vocación exalta, en cambio, el desapego de los afectos. Aunque legítimos y preciosos, estos no pueden ser obstáculos.

De allí que Jesús use esa perfecta formulación al estilo semítico de su tierra: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. En este viaje Cristo tiene una vocación precisa, la de la cruz en Jerusalén. A ella Él se dirige “decididamente”, con esta totalidad del ser que exigen también a su discípulo. Pero su peregrinación no tiene como arribo definitivo la colina del Calvario. Lucas nos recuera que la última meta de ese itinerario en el monte de Los Olivos, el lugar de la Ascensión, es decir, de la gloria.

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