El texto evangélico de este domingo, nos señala la gran actualidad de su mensaje. Hoy escuchamos el tercer y último anuncio de la pasión y muerte que han acompañado el viaje de Jesús hacia la ciudad de su martirio. ¿Para qué escucharlo? Es la tercera enseñanza sobre el tema dada a quienes quieran seguirlo. Seguir a Jesús significa hacer un viaje hacia la donación total, es la “Vía Crucis” en el sentido pleno de la expresión.
Donde el Jesús-Mesías se presenta en su misión en donación y no en la opulencia del imperio, ante el camino de “servir” y no de “ser servido”. En las comunidades cristianas, puede siempre aparecer la tentación de ponerse al lado de los que ostentan el poder para oprimir, olvidando y traicionando al propio Maestro, que optó por el camino contrario señalado ya incluso por la imagen del Siervo de Yahvé cantado por el trito-Isaías. Cuando el discípulo de Jesús que asume un cargo o una responsabilidad se convierte equivocadamente en príncipe orgulloso y egoísta, destruye la comunidad eclesial que debe estar nutrida de la sabia vital que le viene del propio Jesús a través del evangelio.
Y, digo que la destruye, porque la hace vivir en competencias y búsquedas mundanas por el poder, dominada por la fascinación del dinero y deseo de reconocimientos por esta generación, colocándola entonces en la lista de los que “No conocen la sabiduría divina” (1 Co 2, 8). Cristo, en cambio, está entre los hombres como un siervo, dispuesto a cumplir ese gesto que en el antiguo Israel no podía ser impuesto ni siquiera a un esclavo, el lavar los pies a otra persona. “Si, por tanto, yo el Señor y Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los unos a los otros. Os he dado ejemplo, para que como yo he hecho, así lo hagáis vosotros” (Jn 13,14-15).