Palabra de vida |“Reciban el Espíritu Santo…”

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Para comprender bien nuestras solemnidades, debemos comprender el mundo judío y sus fiestas. Para Israel las tres grande fiestas anuales de la primavera, del verano y del otoño reflejan en cada una de ellas el paso del Dios salvador. De esta manera, la Pascua (que cae en primavera) es la fiesta de la liberación del éxodo; la celebración de las Tiendas (vendimia) es la fiesta que conmemora el paso de Israel por el desierto y Pentecostés es la celebración agraria de las primicias y la cosecha, situada siete semanas después de la Pascua.

Pues en esta última como nos narra los Hechos de los Apóstoles “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés…” (2,1). Allí se llenaron todos del Espíritu Santo. Los términos espíritu y viento se expresan con la misma palabra: rúah, que se puede traducir por “aliento” o “principio de vida”, “viento”, “espíritu”, “soplo”. Por tal razón, hoy en el evangelio vemos a Jesús con ese gesto de soplar sobre ellos y decirles: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22b). En el día que viene el Espíritu Santo, sucede un nuevo nacimiento, ante un verdadero aliento de vida. El gesto de soplar simboliza la aparición de una nueva humanidad.

Los apóstoles a quienes les estaba dirigido este gesto, no son considerados por Jesús como el punto de partida de una nueva creación, sino más bien como los cooperadores de Cristo y del Espíritu Santo en la realización de este grande designio del Padre de hacer nuevas todas las cosas. Con el Espíritu entre nosotros, la Iglesia está llamada a irradiar el perdón en primer lugar a quienes se sientan tocados por este divino Espíritu. En segundo lugar suscitar y ser fuente de diversos carismas y ministerios y por último llamar en la diversidad a la comunión y la unidad de todos. El camino sinodal que estamos llevando es, sin duda, en la iniciativa del Papa Francisco un buscar que el Espíritu Santo, que es Espíritu de Santidad, renueve al santo Pueblo fiel de Dios.

Así lo pedimos juntos, ya que sólo Él es esa realidad sobrenatural que hace vida y dinamiza en nosotros toda la enseñanza de Jesús, contenida en el Evangelio. Invocarlo siempre, debe ser en nosotros una realidad perpetua, conocerlo un ideal de cada historia y un anhelo de dejarnos guiar por Él nuestro destino.

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