En el camino a la Navidad, se vuelve a recorrer para nosotros el itinerario bíblico de los acontecimientos que la prepararon. Dios ante su incursión en la historia quiso mandar a su precursor, para que preparara el camino a su Hijo. El precursor como lo señala el propio Jesús, era hasta el momento el más grande nacido de mujer, su nombre Juan. Este como una bisagra entre los dos Testamentos personificará la voz profética de la última hora, en que anunciaría la llegada del cumplimiento de todas las profecías del pasado.
Él debería cerrar ese ciclo para advertir que la Palabra definitiva de Dios, ya no vendría por más profetas del pueblo, ahora en esta etapa final de la historia hablará por la boca de su Hijo, que ya se hace presente, en la humanidad de un hombre llamado: Jesús de Nazaret. “Preparar el camino” es el deseo de un camino recto que lleve a la meta luminosa.
En el pensamiento bíblico este estaba orientado hacia los caminos procesionales o “caminos sagrados” que en el antiguo Cercano Oriente eran trazados frente a los templos y tenían que ser perfectamente planos y derechos, signo de perfección y de alegría. Juan deberá hacer que ese pueblo que espera al Mesías salga a su encuentro, abandonando los caminos tortuosos que han recorrido hasta el momento para encontrar la liberación, como han sido los montes de la idolatría a los que ha subido Israel, para volver a la genuina esperanza de un único y definitivo liberador. Juan es la voz del profeta que grita en el desierto que el tiempo se ha cumplido y la presencia del Mesías se hace ya cercana.