Con el texto sagrado de hoy, Jesús nos ofrece la lección desde la sinagoga de Cafarnaúm, que es un resumen de la evocación bíblica sugerida por sus oyentes que le citan el episodio del maná del desierto (Ex 16), en la que Dios como un padre de familia, preparaba en las desoladas y áridas tierras del Sinaí el banquete del maná, que correctamente era el producto del tamarindo de la estepa, de cuya corteza cortada salía una especie de leche muy nutritiva.
En realidad, ya en el Antiguo Testamento había una lectura espiritual de ese alimento con su sentido más elevado, no por nada la narración de Éxodo define al maná “pan del cielo” y el salmo 78 con el libro de la Sabiduría los califican como “pan de los ángeles”: “Tú sacias el hambre de tu pueblo con el alimento de los ángeles, capaz de procurar toda delicia y satisfacer todo gusto; este alimento tuyo manifestaba tu dulzura hacia tus hijos” (Sb 16, 20-21).
Jesús por lo tanto recoge la sugerencia bíblica que le hacen sus oyentes para demostrarles que el suceso del maná del Éxodo ahora se está realizando nuevamente pero en una forma definitiva. El Padre, en efecto, ahora ofrece a la humanidad hambrienta el “pan verdadero” el único que en verdad “baja del cielo y da la vida al mundo”. Jesús está revelando a qué pan se refiere, ya que la expresión “baja del cielo” (repetida siete veces en este capítulo), hará claramente referencia a Él, como bien nos lo enseña el Credo niceno-constantinopolitano: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación (Cristo) bajó del cielo…”.
A lo que agregará el Propio Jesús solemnemente “Yo soy el pan de Vida”, el pues Él el verdadero maná bajado del cielo, don del amor inmensurable del Padre por su pueblo. La liturgia de hoy nos propone una fuerte y decidida experiencia de Cristo “pan de Vida” presente en su Palabra y la Eucaristía.