En este texto dominical del Evangelio de Lucas, Jesús utiliza un término de origen fenicio, mammona, que indica seguridad, estabilidad y bienestar fruto de la solvencia económica, ofreciendo al hombre éxito y notoriedad social en esta vida. En el fondo no basta con ser rico, hay que demostrarlo. Quien vive para el dinero, se contrapone a Dios mismo, porque ha hecho de mammona un ídolo.
Es curioso ver como en el lenguaje hablado de esa época, hubo una evidente alusión expresada a través de la asonancia, entre el vocablo mammona y la palabra amén, el verbo clásico para indicar la fe. Señalar esto no es pura curiosidad, se trata como de dos tipos de religiones contrastantes entre sí, como dos felicidades, dos opciones de vida: por una parte el amor a Dios que se hace amor al prójimo y la otra la búsqueda desenfrenada por tener, buscando el provecho de sí mismo, un puro y mero egoísmo.
Lucas, evangelista de los pobres y de la misericordia, no deja de entrever como por la riqueza “injusta”, es decir, la obtenida por la injusticia que ha generado más injusticias, evidencia el verdadero naufragio de la fe, la ofensa a un Dios que es amor y el dolor que deja como herida en una sociedad que vive entre una gran brecha de pobres cada día mayor y de una minoría de ricos. En este mes de la Biblia, fijémonos hoy en los dichos finales del Evangelio de hoy, son una pequeña colección de advertencias que hace Jesús, sobre la relación del cristiano con los bienes materiales.
Jesús hoy nos exhorta a dar lo justo a los pobres, a los asalariados obreros y campesinos por su trabajo, para que así cuando llegue el momento de la muerte y todos los bienes perezcan, seremos acogidos en las “mansiones eternas”, las “tiendas” (como dice el original griego) del paraíso, en donde estaremos y permaneceremos en la alegría de haber recibido el “ciento por ciento” de nuestra generosidad para con los pobres de la tierra. Lógica que ya el propio Señor nos había señalado, al invitarnos a “Amontonar más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben” (Mt 5, 20).
Amar a Dios sobre todas las cosas, invita a darle al dinero su lugar instrumental en la vida, resistiéndonos a la tentación de vivir y luchar por tenerlo como un ídolo que suplanta al Dios verdadero y que a la larga lo que hoy fue nuestra riqueza será al final de la vida, ante el juez de vivos y muertos, la piedra de molino que nos mandó a la gehena, es decir, al infierno eterno.