Palabra de vida |“Los doce discípulos…”

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Cuando el Papa Francisco señala que somos una Iglesia en “Salida”, sin duda tiene presente el Evangelio de hoy domingo, que trata de la primera “salida” misionera, narrada por Mateo: “Vayan y enseñen a todas las naciones… “(Mt 28, 18). Los contenidos de la misión están bien ilustrados y se sintetizan en tres puntos fundamentales: el empeño por la caridad, curar a los enfermos y expulsar a los demonios.

El empeño de Jesús ahora se hace misión para sus discípulos, encaminados a llevar su Palabra con sus labios y realizando las obras que esas mismas palabra de Jesús operan en los que la reciben según sus necesidades. La misión a la que les envía no es un acto de proselitismo o de propaganda, como a menudo sucede en algunos grupos religiosos, sino un testimonio de amor y un servicio para todos los hombres. Hechos y palabras, curaciones y discursos, salvación y evangelio fueron los componentes de esta misión terrena de Cristo y deberán serlo, como hemos dicho, también para los discípulos.

El contenido del mensaje es el mismo de la predicación de Jesús: la cercanía de Dios y la irrupción de su Reino, para lo cual Cristo es el que inaugura tan gran acontecimiento. En esta narración vemos que la misión se limita a las “ovejas perdidas de Israel”, pero solamente después de la Pascua enviará a los discípulos a “enseñar a todas la naciones”. Jesús no quiere una comunidad adormecida en sus propias comodidades, sino abierta y en salida a la misión, que salida al encuentro de todo ser humano, sumergido en una cultura particular y en una geografía que la encarna en toda su realidad.

Viendo todo este progreso pastoral de la llamada de Jesús, concluimos que la misión no es una conquista sino un servicio, un gesto de amor. No es una propaganda sino un anuncio cargado de testimonio. Por ello la Iglesia debe conservar esta fidelidad en la proclamación del Kerigma, es decir, de este primer anuncio de Jesucristo muerto y resucitado, entendiendo así las palabras de San Pablo: “Nosotros, en efecto, no nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo el Señor” (2 Co 4, 2.5).

La llamada a la Iglesia de todos los tiempos implica el evitar todo estancamiento en sí misma, abriendo las puertas del mundo, siendo solidaria con las esperanzas y las necesidades de todos los hombres, a quien se ven como hermanos, llamados a la misma herencia que en Cristo todos somos convocados como coherederos del Reino de los cielos.

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