Con el Primer Domingo De Cuaresma, se nos afirma a través del evangelista Marcos, que no entramos a un tiempo típicamente cronológico, que se abre hoy ante nosotros, sino un “tiempo cumplido” como lo proclama Jesús hoy. En efecto, él usa el término Kairós, (para tiempo) es decir, el tiempo personal, lleno de significado denso de eventos y a él añade el verbo pleroun, que no indica sólo el “cumplimiento” sino también la “plenitud”.
De aquí que la cuaresma, se convierta en tiempo de kairós y de pleroun, enfatizando así que es por excelencia el tiempo de la salvación personal y renovadora con la que Dios visita a su pueblo. Unido a la imagen del desierto, lugar que para el hombre oriental y para la Biblia es no un lugar topográfico, es una realidad viva, una situación existencial, porque allí Dios hablará al corazón del hombre y le mostrará el camino, apropiándolo de su presencia para que tenga fuerza en el caminar, hacía el lugar que es la meta.
En la Cuaresma, temporada eclesial profundamente cristológica, se nos ofrece ya desde su principio a Jesús que no sólo representa a Israel que entra en la paz y la interiorización en el desierto, para llegar al destino que es Dios, sino que también representa al Adán de la nueva creación que vive en armonía con las fieras, transformando el desierto en un paraíso interior sobre el cual aletean los ángeles de Dios.
En esta perspectiva, el cristiano sale del desierto urbano de la distracción, del egoísmo, de la torpeza espiritual, de la tentación para entrar en el desierto de la Cuaresma, de la contemplación del misterio de Dios, de su amor misericordioso, de la verdadera libertad. La sencillez de vida, la oración y el ayuno en el desierto “cuaresmal” de Cristo y del cristiano adquieren, entonces, un sentido y un valor único, que no es para conductas infantiles, sino para adultos en la fe que desean volver a vivir la amistad y la salvación de Dios.