Los textos de este domingo VI de Pascua, tienen ya una revelación Trinitaria: el Padre enviará en el nombre del Hijo, el Espíritu Santo. La comunidad de los cristianos recién nacida del corazón traspasado del Mesías, está ligada profundamente por dos grandes valores, los del amor y los de la fe. La raíz de estos dones es exquisitamente trinitaria. En efecto, la caridad nace y se alimenta por la presencia del Padre y del Hijo en el corazón de los fieles. La fe, en cambio, es sostenida sobre todo por el Espíritu Santo, cuya función es precisamente la de “enseñar” y “recordar” toda la enseñanza de Jesús.
Ahora bien, en el lenguaje del evangelista Juan “recordar” es un verbo con un claro sentido técnico; está indicando la interpretación profunda de la Palabra de Jesús a la luz del misterio Pascual. Todo lo que Jesús enseñó durante su vida antes de Pascua, tomará ahora un nuevo y definitivo sentido por la presencia iluminadora del Espíritu, que es el gran “Intérprete” de las palabras del Hijo.
A lo largo de la historia estas palabras evangélicas nos mostrarán la fuerza y la eficacia de cuanto Jesús dijo y que han quedado plasmadas en los cuatro evangelios. Este pasaje de Juan nos ofrece, entonces, en este Domingo de Pascua, el retrato de una Iglesia que está ligada “verticalmente” a Dios en la fe y “horizontalmente” a los hermanos en el amor. La fuerza regeneradora de la Pascua, se hace actual en el presente de la Iglesia, constatando, que “Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo se llena de vida” (Christus Vivit 1).
La Palabra de Dios de este domingo, unida a la celebración litúrgica llena de alegría en los cantos y las flores, como en el ánimo espiritual de los fieles, permitirá aprovechar tan maravilloso don que actualiza de manera real el “Misterio” de lo que somos y estamos llamados a ser. ¡Bendita la Pascua que nos devuelve la vida y la identidad! Una identidad que nos asemeja al único y verdadero templo, con el número “12” quiere exaltar la plenitud del pueblo de Dios, que ha triunfado con la muerte y resurrección del Señor.
Y sobre esos 12 apóstoles, se ven los doce fundamentos de la ciudad, teniendo a Pedro, piedra de fundación de la Iglesia, teniendo él y los demás la misión de tener bien compacta la comunidad cristiana. Los cristianos de ayer, de hoy y de siempre saben que al final ya no habrá necesidad del templo de la tierra, porque en Cristo templo definitivo entremos ya el encuentro definitivo con el Padre, para lo que ya no habrá de ninguna mediación.