“Necesitamos desarmar nuestro corazón, despojarnos de las armas y del egoísmo” Cardenal Rodríguez

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El Cardenal Óscar Andrés Rodríguez en el sexto Domingo de Pascua hizo un enfático llamado por la paz, no como la que da el mundo y para ello, ha sido claro al decir, que necesitamos “esta paz que Jesús nos deja comienza en nuestro propio corazón, necesitamos desarmar nuestro corazón, despojarnos de las armas, del egoísmo, de la ambición posesiva, de movimientos interiores de violencia, de agresividad, de división, de confrontación”

Compartimos el texto íntegro del mensaje del Cardenal Rodríguez para este VI Domingo de Pascua:

Este año jubilar que derrama gracia sobre nuestra querida Honduras, recibe aquí en la casa de la madre del cielo a peregrinos de todo el país, porque somos una sola Iglesia y nos sentimos felices de una Iglesia que tiene una madre que nos ama y que bendice constantemente a nuestro pueblo.

“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en Él” acabamos de escuchar en el Santo Evangelio.

El amor a Jesús es la condición indispensable para guardar su palabra. El amor a Jesús nos hace identificarnos con Él, configurarnos con Él, actuar como Él y amar como Él. Eso es guardar su palabra y Jesús añade: “Vendremos a Él y haremos morada en Él”. ¿Qué quieren decir estas palabras? Dios no tiene que venir de ninguna parte, ya está en lo profundo de nuestro ser. Dios está ahí desde siempre. 

Vivimos fundamentados en Él desde siempre. Ahora bien, el tomar conciencia de su presencia, es como si viniera. Así que, Dios vive en el corazón de cada ser humano. Vive en lo más íntimo de nosotros mismos. Esta es la Buena Noticia: Que Él nos ama, que Él está con nosotros para siempre. Queda superada nuestra soledad radical. Ya nunca podemos sentirnos solos o a solas, porque ahí donde nos sentimos solos/as, Él es nuestra compañía, ahí donde parece que estamos solos. Jesús concluye su despedida con un deseo: “La paz les dejo, mi paz les doy: no se las doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde”.

La palabra utilizada por Jesús es “shalom” en hebreo. Con ella los judíos se saludaban y todavía se saludan entre sí; con ella saludó Jesús Resucitado a los discípulos la tarde de Pascua. La paz, como la deseamos, como quisieramos que este mundo viviese en paz, como sufrimos esa guerra que está teniendo lugar en Ucrania, aunque estén tan lejos de nosotros, los tenemos cerca porque son seres humanos y no hay derecho que por el capricho de una persona, se puedan encadenar guerras, sufrir tanto y morir tanto. No es ese el deseo de Jesús. 

La paz está en muchísimas ocasiones en boca de todos, es un deseo profundo del ser humano: vivir en paz. Todas las personas de buena voluntad queremos vivir en paz, en una sociedad en paz, en un mundo en paz. Pero Jesús matiza: “No se las doy como la da el mundo”. No es la paz del mundo, que proviene de los que han vencido… La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Para Jesús es la paz fruto del amor. Por eso, no se puede soñar una paz digna mientras se acreciente la injusticia en el mundo. ¿Puede existir la paz en el mundo cuando millones de seres humanos son excluidos por el hambre, la pobreza y la violencia? Como podemos hablar de paz social en nuestro mundo, que no es fruto de palabras ni de teorías, es fruto de un pueblo que es consciente y que cada uno pone de su parte para construir algo distinto. No es la paz de un mundo violento, lleno de conflictos, por afán de poder. Pero recordemos que esta paz que Jesús nos deja comienza en nuestro propio corazón, necesitamos desarmar nuestro corazón, despojarnos de las armas, del egoísmo, de la ambición posesiva, de movimientos interiores de violencia, de agresividad, de división, de confrontación,…. 

Somos un solo pueblo hondureño, no hay estos contra los otros y los otros contra estos, eso no puede venir de Dios ni nos va a hacer vivir en paz. Claro que en el corazón nos damos cuenta que hay dificultades que provocan divisiones, resentimientos y rencores, pero el Señor nos ha prometido su paz que puede vencer todos los obstáculos y superar todas nuestras barreras.

 Sí, esta paz, comienza antes de nada en nuestro propio corazón. Es nuestro corazón el que necesita una paz interior. Que la paz comienza por uno mismo y en uno mismo, conviene recordárnoslo siempre. Por eso, nos preguntamos: ¿Dónde experimento la verdadera paz? Cuando tratamos de vivir en paz, ante todo con nuestra conciencia, allí donde resuena la voz de Dios que nos dice que tenemos que evitar el mal y tenemos que hacer el bien y no cansarnos de hacer el bien. Jesús añade: “Que no tiemble su corazón ni se acobarde”. Jesús quiere liberarnos del temor y de la inquietud que nos paralizan. Es como si nos dijera: estaré muy cerca de ustedes, no los abandonaré nunca, nada podrá destruir mi amor por ustedes. Qué fácil es decirlo, pero, ¿Cómo calmar la ansiedad, la inquietud, el nerviosismo y el estrés que nos devora a todos y nos impide disfrutar de esa paz ofrecida siempre? Ante todo, abriendo nuestro corazón al Resucitado, que es vida, que nos simplemente  una idea del pasado, es una persona. 

Miren lo que nos ha dicho: “Me voy, pero volveré a ustedes”. Jesús es consciente de que su muerte se acerca con paso decidido. Apenas le quedan un número escaso
de horas de estar con sus discípulos. Después, vendrá su muerte. Es como si Jesús les dijera: “Soy un hombre limitado como ustedes, sujeto a la misma finitud que ustedes. Pero, “volveré a ustedes”. Por su resurrección Él ha vuelto a nosotros y permanece unido a todo ser humano. Él nos acompaña siempre en el camino de la vida y parte para nosotros su Pan. Estamos ya a las puertas de Pentecostés. Este tiempo tan bello de la Pascua, nos deja sobre todo la alegría, que es la característica pascual por excelencia y nos deja sobre todo el mandato del amor, no podemos preparar un Pentecostés digno sin la paz en el corazón, sin la paz con Jesús, sin la reconciliación sacramental. Este tiempo bello de peregrinación en el Año Jubilar es un derroche de gracia. Gracias queridos peregrinos por venir a los pies de la madre, gracias porque en su fe, asumen estos sacrificios, han madrugado para poder llegar, pero están felices que la madre los recibe, con su manto de gracia y les anima a seguir adelante. Claro que hay mucho bien por delante, claro que el bien es mayor que el mal, aunque el bien se publicite poco, haga poco ruido y son un puñado de malos, los que hacen noticias y primeras planas en los medios. Pero es mayor el bien y no nos debemos cansar de hacer el bien. Que este amor de Cristo les llene y la alegría del resucitado y de la madre santísima continúe guiándoles. 

 Sí, Cristo, por tu resurrección, eres una presencia en nuestra vida. Señor, que nuestro corazón pueda percibir la claridad de tu presencia y que podamos entablar contigo una relación de amor que no termine nunca, así guardaremos siempre tu Palabra.

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