En la escena narrada hoy por el evangelista Marcos, enmarcada simbólicamente en el sentido último de la Pascua, es decir que, Jesús de Nazaret conocedor de la muerte, al haber sido crucificado y sepultado, hoy aparece vencedor de la misma por su resurrección, pero también entronizado en la eternidad al subir al cielo y sentarse a la derecha del Padre.
Se cierra, pues, el tiempo de la presencia visible de Cristo en medio de nosotros, pero comienza la nueva presencia a través de su acción salvadora en la Iglesia y en la vida de todo creyente. La muerte ya ha sido borrada por la vida, la cruz es sustituida por la gloria y el mal ha sido vencido por la esperanza que no defrauda.
De esta certeza Marcos, al finalizar su Evangelio, abre la puerta a una misión que será universal (“a todo el mundo”, “a toda criatura”), de anunciar esta Buena Nueva, es decir, el anuncio de la persona y la palabra de Cristo. En 2 Reyes 2, 11 se ha narrado como Elías ha sido llevado al cielo, pero este texto no refiere en nada a esta Ascensión del Señor, no se trata solamente de un justo que entra al cielo, aquí en cambio algo de grandioso y jamás contemplado ha acontecido: el Hijo de Dios, por su kénosis había entrado al mundo para cumplir un designio salvador con su muerte y resurrección y ahora asciende entre el asombro de los coros celestes para tomar su puesto a la derecha del trono del Padre, compartiendo así su poder.
De aquí que los textos de la Palabra de Dios de esta solemnidad, están invitando a la Iglesia toda a entrar en la alabanza y adoración hacia aquél que ha dignificado de manera única nuestra dignidad humana, al poseer este cuerpo glorificado y delante de la presencia del Padre de todos. Pero, a la vez alabanza y adoración porque, aunque se ha ido, permanece junto a todos por la acción de su Espíritu que infunde su vida y su palabra en todos. Una fiesta de despedida es esta de la Ascensión, que paradójicamente no conoce ni las lágrimas, ni la melancolía, porque su partida es presencia nueva y ganancia para el débil rebaño que un día compartirá la gloria de su Pastor.