Palabra de vida |“Ese hombre que se llama Jesús hizo todo…”

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El contexto en el que nos encontramos este domingo es precisamente la fiesta de las Tiendas, celebración otoñal hebrea destinada a conmemorar la peregrinación de Israel en el desierto: en la noche de esta fiesta, se encendían en los muros del Templo de Jerusalén, antorchas, braseros que iluminaban la ciudad santa.

El sumo sacerdote, luego, bajaba procesionalmente a la piscina de Siloé para sacar con un botella de oro agua para derramar luego sobre el altar de los holocaustos. Luz y agua de Siloé son también los elementos esenciales del milagro de Jesús. Para el evangelista ese marco religioso, está apuntando como el arquero que se fija en su objetivo para luego tirar la flecha. El “signo” parte del ciego de nacimiento. Todo se refiere a partir de esta narración de milagro hacia el bautismo cristiano que en los orígenes del cristianismo se llamaba precisamente “iluminación”.

Junto al signo vienen los títulos que se le dan a Jesús, que quieren precisamente por su misterio pascual ya próximo, señalarnos quien es en verdad Él. Así cercana ya para nosotros la celebración de la Pascua, debemos realizar nuestro itinerario de fe, a saber, llegar al reconocimiento de Cristo como hombre (“ese hombre que se llama Jesús); en Siloé Él se presenta como el “Enviado”, el supremo mensajero de Dios, como “el que viene de Dios”.

El ciego que ahora ya puede ver lo considera profeta, pero todo apunta a una confesión de fe más fuerte: se postra ante Él lo reconoce como el “Hijo del Hombre” y más tarde como “Señor”, es decir, como Dios. Nuestro itinerario cuaresmal nos hace recordar que, ante el misterio de nuestro Señor, podemos estar ciegos, un bautismo recibido que no nos ha iluminado de verdad, por lo que en este tiempo debemos realizar este viaje espiritual, que nos permita el crecimiento de la luz interior que solo Jesús nos puede dar, a través de la Semana Santa.

Como el ciego debemos lavarnos en la piscina de Siloé, que significa la piscina del “Enviado”, nuestros pecados, ya que el Envidado es Jesús, debemos ser bautizados en Él. El gran “signo” que san Juan nos ofrece, está pues indicando como el arquero con su flecha, hacia la noche santa de la Pascua, cuando el crucificado se levantará como el lucero de la mañana, para borrar todas las sombras de la muerte y transportarnos a su reino de luz. ¿Estamos caminando diligentemente hacia esa meta espiritual?

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