El relato de este domingo termina diciendo que fue el primer “signo” que Jesús realizó delante de sus discípulos. De hecho este es el primero de los siete “signos” que nos describe San Juan en su Evangelio. “Signo”, es el término con que el cuarto Evangelio define los milagros de Jesús: son como un dedo apuntando hacia su sentido más profundo respecto de la acción prodigiosa y desconcertante que hace Jesús. Con el “signo” realizado en Caná, se inicia la revelación mesiánica en la cual Juan también incluye a María, a quien en todo el Evangelio nunca llama por su nombre sino con el título de “madre de Jesús”.
Aparece en esta escena de boda un problema, tal como lo señala María: “No tienen vino”, Jesús señala que no ha llegado su “hora”, ella concluye: “Hagan lo que Él les diga”. La hora de Jesús es aquella de su muerte y resurrección, fuente de la salvación definitiva para toda la humanidad. Entonces este milagro, ya como un verdadero “signo” se presenta a manera de flecha dirigida hacia esa meta gloriosa. Queda claro entonces que Jesús no quiere realizar prodigios espectaculares, ni siquiera para agradar o complacer a su madre, o resolver el problema de los novios. Él desea en sus actos, poderosos y extraordinarios, revelar su misterio divino, para el que ha venido a este mundo.
El hecho que este “signo” se realice en el marco de una boda, señala como gusta hacer a la Biblia, que el banquete nupcial es un grandioso símbolo mesiánico, como lo confirma la escena de Isaías 25, 6 y Mateo 22, 1-14. El Mesías también aparece como el esposo de su pueblo: famosas son las nupcias entre el Cordero y Jerusalén en el libro del Apocalipsis. Proclamar este texto al inicio de este año, nos permite de nuevo beber de ese abundante vino “bueno y mejor” que el propio Jesús nos ofrece, signo de la alegría de su presencia entre nosotros, con la cual se actualiza en el hoy de nuestras vidas su “hora” salvífica que asegura siempre un momento oportuno de salvación.
María, “la mujer” perfecta, la nueva Eva, es la que nos presenta a Cristo, en su misión salvadora, en esta su “hora” solemne, fuente de alegría y liberación para todos nosotros. Acerquémonos hoy a este texto sagrado y descubramos la presencia de Jesús, que garantiza que el “vino bueno” está a nuestro alcance.