Palabra de vida |“El Sembrador salió a sembrar…”

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¿Quién de nosotros no ha escucha este inicio de la Parábola-Evangelio de hoy?: “¡El Sembrador salió a sembrar!”. Con estas entusiastas palabras el Señor Jesús utilizando este lenguaje agrícola construye esa gran reflexión sobre el Reino de Dios, sobre la Iglesia, sobre la fe y las obras, sobre el mal y cómo actúa.

Sobre la incredulidad y sobre el rechazo que muchos pueden hacer de su Palabra que se hace principio fecundo de su presencia entre nosotros. En el centro de todo el relato está la esperanza, representada por esas mieses que maduran al final de la parábola, con sus espigas llenas de granos. En efecto, la semilla como nos recuerda estupendamente la primera lectura de Isaías (55), que hace de fundamento único y primordial para la vida, señala desde ya al propio Jesús, que es la Palabra Encarnada.

El ingreso a nosotros es como el de la semilla a la tierra, suscitando dos claras reacciones: el fracaso de la mayoría de las semillas lanzadas debido a las grandes extensiones de la tierra muchas veces árida y estéril y por otra lado la sorprendente abundancia del fruto de esa semilla que cayó en la tierra fértil. Ciertamente nadie puede dudar que la Semilla de la Palabra de Dios, encuentra indiferencia, hostilidad y rechazo; pero como todo sembrador, no se detiene ni se acobarda, muchos menos se desanima.

Al contrario, “ésta es fuerte como el fuego y dispuesta a romper hasta las rocas como un martillo” (cf. Jr 23,29). De aquí su éxito final. Por tanto, la parábola es un llamado a la confianza y a la esperanza en el Reino de Dios y en su fuerza oculta bajo el manto de su pobreza y de su aparente fracaso y debilidad. La Palabra de Dios hoy se nos revela con toda su eficacia, su fuerza fecundadora, semejante a esa lluvia tan deseada por el campesino palestino y celebrada en el Salmo responsorial de hoy, que es un canto a la primavera (Sal 65).

Finalmente a ¿qué nos invita tan hermosa Palabra de Dios de este domingo? Pues, nos invita a ser terrenos fértiles y fructuosos para que ese don que Dios mismo nos da como alimento, nos haga alcanzar su conocimiento y nos haga verdaderos testigos de lo que la Palabra recibida como la lluvia nos puede hacer transformar por habernos empapado totalmente.

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