Llegamos queridos lectores al final del Año Litúrgico. Como un manantial de agua fresca hemos gustado del Evangelio de cada domingo. Hoy el broche de oro es la contemplación del que crucificaron, entre ladrones y los gritos blasfemos de quienes lo injuriaban de principio a fin: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.
Cristo es rey, pero su realeza no se manifiesta en un acto triunfal sino en una humillación, no se efectúa a través de un acto judicial supremo sino a través de un gesto amoroso de perdón. En efecto, mientras un ladrón deja de ver a Jesús después de haberle retado por su salvación bajándolo de la cruz, el otro le suplica: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
La respuesta casi como un último suspiro, como exhalando su aliento de vida para comunicarlo a otro, le remite al inicio de la creación misma, al paraíso, que literalmente significa “jardín, lugar de las delicias”, que colocado al paralelo de “reino” evocaría algo definitivo y duradero. Cristo no da cita en el lugar de la muerte, sino en el de la vida; Él no vino a anunciar al Dios de los muertos sino al Dios de los vivos (Lc 20, 37), convirtiendo incluso su muerte en la definitiva puerta que abre ese destino al paraíso. Así la pasión de Cristo se ha convertido en el “camino regio” que conduce a la humanidad pecadora al paraíso perdido por la desobediencia de Adán y Eva.
Al respecto que bueno escuchar el comentario de San Juan Crisóstomo sobre estos versículos: “Este ladrón ha robado el paraíso. Nadie antes de él escuchó una promesa semejante, ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob, ni Moisés, ni los profetas, ni los Apóstoles: el ladrón entró antes que ellos. Pero también su fe superó la de ellos. Él vio a Jesús atormentado y lo adoró como si estuviera en su gloria. Lo vio clavado en una cruz y le suplicó como si hubiera estado en un trono. Lo vio condenado y le pidió una gracia como a un rey.
¡Oh admirable malhechor! ¡Viste a un hombre crucificado y lo proclamaste Dios!”. Termina mi reflexión de este domingo a poner a Cristo como rey de nuestras vidas, atendiendo siempre al don de su Palabra que dentro del convite eucarístico es el primer pan que se nos ofrece, para luego recibir su cuerpo y sangre. Feliz fiesta de Cristo Rey y que Honduras reconozca que su Reino está ya entre nosotros. Que su palabra nos ayude a construirlo.