Las bellas páginas de la Biblia están todas encantadas por el gusto y la alegría del donar, cómo dirá san Pablo a los jefes de la Iglesia de Éfeso, citando un dicho de Jesús desconocido por los evangelios: “es mucho más bello dar que recibir” (Hch 20, 35). Así lo señala para ejemplarizar la primera lectura de 2Re 4,8-9.16, donde la mujer hebrea acoge al profeta Eliseo y lo colma de hospitalidad, dando hasta lo último que tenía en casa y que anticipa la actuación de la invitación de Jesús según la cual “el que acoge a un profeta por ser profeta tiene la recompensa del profeta”.
Alusión que aparece en el “Discurso de la misión” de Mateo, dirigido por Jesús a sus discípulos y que leemos este domingo. En tal discurso reconocemos según la intención del evangelista a reconocer al Señor sobre todo en tres categorías de enviados, donde se esconde el rostro del propio Cristo. Son los profetas, los justos y los pequeños, tres términos que para el evangelista son una descripción del discípulo de Cristo. Como bien lo dice un aforismo rabínico: “el que acoge al discípulo es como si hospedara al maestro”.
En verdad como también dice un refrán nuestro: “haz el bien y no mires a quien”, enfatizando que el bien no busca en sí mismo ser recompensado. El propio Mateo en el capítulo 25 que los justos se maravillarán en el juicio final, cuando sepan que detrás de los vestidos del pobre, del enfermo, del prisionero, del migrante se ocultaba precisamente el propio Señor. Ellos no habían investigado quienes eran ellos, todo lo que hicieron lo hicieron por puro amor. Mateo resalta que tanto el gesto como lo ofrecido no importan, incluso el simple gesto de dar un vaso de agua fresca, es decir, la más urgente exigencia de un viajero palestino, se vuelve acto precioso digno de la “recompensa” divina.
Recordemos además como en la tradición hebrea, la puerta de todas las casas durante las fiestas religiosas debían estar entre abierta. Para que si el Mesías hubiera querido llegar la encontrara así abierta para Él, y así pudiera sentado a la mesa compartir con esa familia. En conclusión la hospitalidad es reflejo de la acción propia del Señor quien es el primero en acogernos, como nos lo dice el cuadro final del Salmo 23, respetando todas las formas de la hospitalidad hebrea: perfuma la cabeza, ofrece la copa de la amistad y prepara una mesa para que todos la puedan compartir. El Señor es el modelo para que todo creyente en un mundo de indiferentes, Él nos invita a no olvidar ser hospitalarios y sobre todo servidores de todo hombre y mujer que toque a nuestras puertas.