Una vez más conjugándose con las celebraciones de la Pascua, nuestra liturgia hace resonar la afirmación de Jesús: “Yo soy el buen pastor… Él camina delante de ellas y ellas lo siguen”. Todo el simbolismo del pastor invade de principio a fin la liturgia de la Palabra de este domingo. Un simbolismo lleno de elementos que a menudo se nos escapan: el pastor en el Antiguo Oriente no era sólo el guía del rebaño, sino también el compañero de vida en su totalidad, dispuesto a compartir con sus ovejas las sed, los caminos polvorientos, el sol sofocante o el frío nocturno.
Alrededor de tan maravilloso contenido de vida, Jesús construye su parábola, seguramente teniendo en cuenta la geografía y la vida de Jerusalén y sus habitantes. En efecto, en la Ciudad Santa, hay una puerta que da al Templo de Jerusalén se llamaba precisamente Puerta de las Ovejas. Tal vez, Jesús mientras hablaba miraba esa puerta y a los hebreos entrar y salir por ella, puerta oriental que atravesada conducía al patio del Templo, para encontrar al pastor supremo, el Señor Yahvé.
Entonces, bajo ese marco físico, Él con razón señalaba: “Yo soy el buen pastor y Yo soy la puerta de las ovejas”. Afirmación categórica que asegura que Jesús Resucitado, para el rebaño es en primer lugar “La Puerta”, es decir, el verdadero Templo, donde en verdad podrán tener el encuentro verdadero con el Eterno. Es el “Pastor” que sin equivocarse les llevará al lugar de la presencia gozosa y tranquila de Dios. En este capítulo décimo del Evangelio según san Juan, se encuentra un himno a la divinidad de Cristo, que ha entrado de nuevo a su gloria después de haber celebrado en su cuerpo el misterio pascual. Sus actitudes y sus gestos en relación al rebaño, es decir, para con sus fieles, están descritas a través de los verbos que usa, ricos de contenido de poder y fuerza.
Él “entra por la puerta”, “escuchan su voz”, “las conoce una por una”, “las llama por su nombre”. Todo señalando que el Pastor divino, “hace salir” su rebaño en un gran éxodo hacia pastos fértiles “camina delante” como un guía, mientras las ovejas lo “siguen” seguras. Él que “ha dado la vida por ellas”, las posee con propiedad de dueño amoroso y sacrificado por cada una de ellas. Su fuerza vencedora las hace estar seguras durante el día y también durante la noche. Allí cuando por la oscuridad puede aprovechar el ladrón, que es un salteador que ha llegado para “robar y destruir”, Él las defiende “por el honor de su nombre” como bien canta por igual el Salmo 23.