Palabra de vida | “Concebido en el seno de la madre”

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La Octava de Navidad viene clausurada con el cierre del año civil; desde el Concilio Vaticano II con el Papa Pablo VI se celebra la Jornada Mundial de la Paz el uno de enero y con la celebración litúrgica que puntualiza la fisionomía más elevada de María: Madre de Dios.

Título dado a ella desde el 431 por el Concilio de Trento, pero entendamos bien, ya el Nuevo Testamento se lo había dado, tal como nos lo dice el versículo 21 de este capítulo 2 de Lucas. María es Madre real y legítima de Jesús y Jesús por ser la segunda persona de la Santísima Trinidad es Dios, por lo tanto, ella es Madre de Dios.

San Pablo en la segunda lectura de hoy nos lo confirma además: “Dios envío a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gál 4, 5). En esta línea está pues comprendido el misterio de la encarnación y definido el corazón del amor y devoción por María. Ella no es grande por ella misma, ella es “mujer”, criatura hermana nuestra en el dolor y la muerte; sin embargo, su grandeza radica en ser madre del Hijo de Dios, y por esto está sobre nosotros: inmaculada por gracia, siempre fiel al proyecto de Dios, madre de todos nosotros en la fe.

El breve evangelio de este primer día del año, muestra el papel creyente de María y José que llevan al Niño para cumplir como Isaac y todo hebreo el rito de la circuncisión al octavo día de su nacimiento. Esto revela que Jesús lleva en su carne, en la sede misma de la vida el signo vivo de la alianza que une a Israel con su Dios. Con este rito se le dio el nombre de Jesús, como le había ya señalado el ángel antes de ser concebido en el seno de la madre.

“Dios-salva” significado de ese nombre que alcanza la culminación definitiva del proyecto del Padre para la humanidad, herida por el pecado. Y, así con la bendición sacerdotal señalada por la primera lectura del libro de los Números, queremos iniciar el Año Nuevo junto a María la Madre de Dios, que, por el Nombre bendito y glorioso de Jesús, “Nombre” como el de ninguno: “Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor dirija sobre ti su rostro y te conceda la paz” (Nm 6,22-27). Queridos lectores, gracias por recibir este subsidio para su lectio Divina, esperando que sigamos juntos en este nuevo año, gustando de la Santa Palabra de Dios. ¡Feliz Año Nuevo!

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