Lucas nos dice que “al encuentro de Jesús salieron diez leprosos”. Sorpresivamente el protagonista es un hombre que, a pesar de tener lazos carnales y territoriales con Israel, era considerado extranjero y enemigo, porque era un samaritano. Como Naamán el sirio, narrado en la primera lectura de hoy; en él se condensa la esencia de la marginación y de la pobreza, es en todos los sentidos “un diferente”.
Podríamos decir, que para el evangelista “la lepra”, enfermedad de por sí excluyente por el contagio, no puede ser entendida por pura enfermedad, simboliza también la manchas y las llegas del pecado en el hombre. En el anónimo leproso que regresa a dar gracias a Jesús, se perfila no solo la curación, sino el itinerario de un camino de conversión y de salvación. El evangelista lo expresa a través de un refinado pero profundo juego verbal: “mientras iban… quedaron curados”. Pero solo al leproso samaritano Jesús lo declara al final: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”. Todos quedaron curados, pero solo uno ha sido salvado.
El uso del verbo griego sozein, exalta la liberación plena y total del mal, sobre todo el interior y el exterior. El samaritano es salvado por su fe, por su alabanza pura, por su retorno-conversión no hacia un simple sanador, sino hacia Cristo-Salvador. Una vez más, Lucas ve en este samaritano curado, los gestos que le hacen retrato perfecto del discípulo-creyente, que cae en adoración a su Señor: “Alababa a Dios a gran voz, se echó a sus pies, daba gloria a Dios”.
Una vez más el tema del creer, tener fe, implica no solo acoger como los otros leprosos el llamado y el mandato de Jesús, sino que implicará hacer ese camino de retorno, ese “volver” que indicará el propósito de conversión, junto a la adhesión total y plena al iniciador de su nueva vida, de hombre liberado y curado de toda forma del mal que le hacía ser objeto de abandono y marginación. En definitiva, Jesús es el remedio que podrá siempre devolver la vida plena a quien se lo pida.
