En la Homilía del Señor Arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Andrés Cardenal Rodríguez para este cuarto domingo de Cuaresma, conocido también como domingo de Laetare o domingo de la Alegría, leída por el padre Carlo Magno Núñez, vicario general de la Arquidiócesis, nos recordó como el ciego del Evangelio de hoy es figura de la humanidad privada de luz y de sentido. El ciego nos representa también a todos nosotros que perdemos la orientación y el sentido de nuestra vida.
El padre Núñez también resaltó que el texto del Evangelio dice que: “El ciego fue, se lavó y volvió con vista” y volvió con los ojos y el corazón lleno de luz, “ese es el proceso que nos propone en este día la Iglesia, tener la alegría de la acción, la alegría de la disposición para llenarnos de luz, de vida, que es nuestra salvación”.
El hombre siguió las instrucciones y obtuvo la vista, si nosotros seguimos las instrucciones del Señor Jesús tendremos vida. Su fe ha consistido en fiarse de Jesús, y la ha expresado yendo a la piscina. Nuestra fe se debe manifestar también, aceptando el plan de salvación que nos propone el Señor Jesús. La vida oscura de este ciego se convierte en vida de luz con Jesús, ese mismo proceso lo podemos experimentar, nosotros también necesitamos lavarnos las tendencias negativas que nos impiden avanzar hacia la plenitud de la vida, hacia la luz verdadera. Necesitamos ir a la fuente, ir a Jesús para poder ver, poder caminar, poder llegar a la Gloria de la resurrección.
Jesús al darle la vista, le ha dado la movilidad, la independencia, la libertad y la vida. Unos vecinos decían: “que era el mismo y otros, decían: no es él, pero se le parece”. La duda sobre la identidad del ciego, refleja la novedad que produce el Espíritu; siendo él mismo, es otro. Es la diferencia entre el hombre sin iniciativa, ni libertad y el hombre interiormente libre.
El ciego respondía: “soy yo”. Estas palabras en boca del ciego reflejan la nueva identidad del hombre que se ha encontrado a sí mismo y ha encontrado la vida. “Soy yo”, es decir, soy libre, soy diferente pero el mismo; soy libre, pero consciente de no dejarme manipular por nadie. Es un acto de existencia, un acto de afirmación de sí mismo… Jesús nos libera de toda alienación, Él viene a liberarnos de nuestra ceguera y a abrirnos el camino de la verdadera libertad.
El ciego pasa de la ceguera a la plenitud de la luz y se convierte en discípulo. Nosotros tal vez hoy podamos decir en nuestro interior: Creo Señor, confío en ti. En el encuentro con Jesús, cambia nuestra situación, con Él salimos de la noche de la ceguera y pasamos a la claridad de su presencia. La luz de Jesús traspasa nuestra oscuridad. Necesitamos abrir de nuevo los ojos a Él y decirle hoy: “creo, Señor”. Y quizá, sería bueno preguntarnos también:¿Cuáles son mis cegueras? ¿Qué realidades ponen mi vida en tinieblas? ¿Dónde busco la luz para mi vida?
Que hoy, postrados ante Él, podamos decirle: Señor Jesús, estamos ante ti como el ciego del Evangelio. Despiértanos a la luz del nuevo día, abre nuestros ojos a la claridad de tu presencia. Danos tu Luz, fortalece nuestra confianza.