Cristo, yo soy un preso. Solo tú sabes lo que cuesta rezar a un preso. En nuestro ser más profundo explota a cada instante la rebelión. Es difícil rezar, es difícil creer, cuando uno se siente abandonado por la humanidad. También para ti fue difícil rezar en la cruz, y gritaste tu angustia, tu cólera, tu desilusión, tu amargura: “¿Por qué me has abandonado?”. Quizá sea esta la única oración que podamos hacer. Un “por qué”, que en tus labios era distinto, porque tú eras inocente. Nosotros no somos inocentes: no lo es ningún hombre de la tierra. “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”; Pero nuestro “por qué” es una petición de justicia, aunque pocos quieran escucharnos y crean en nosotros como personas. Jesús, tú también fuiste un preso, un torturado, un acusado y un condenado. Tú, cuyo último escándalo, fue canonizar, sin milagros ni procesos, a un ladrón condenado a muerte. A Ti, Señor, víctima de todas las injusticias cometidas por la justicia humana, dirigimos nuestro grito. Acéptalo como oración. Perdona y olvida todo el mal que hemos hecho. Aunque no todos los hombres nos perdonen y nos sigan marcando en la sociedad como delincuentes. Es terrible la marca que sella a los presidiarios. Señor: una marca que ni siquiera respeta a los inocentes. Porque aquí, entre nosotros, también hay inocentes. Pobres víctimas de familias desestructuradas, de amores no recibidos, de abandonos en la infancia, de incultura, de juventud marginada y excluida, de injustas estructuras sociales, Señor, no me gustaría perder mi dignidad humana por el hecho de haber entrado en la cárcel. No quiero renunciar a ser persona. Quiero creer que tú, al menos, el más justo e inocente de los condenados en la historia, serás capaz de comprender mis lágrimas y mi rabia. Tú solo eres mi último hilo de esperanza verdadera. Perdona Señor, si detrás de estas rejas, miro furioso y con rabia a una sociedad que me señala y me excluye. Cristo, dame fe en la verdadera libertad, en esa libertad que está dentro de nosotros y que nadie puede arrebatarnos. Danos fe en nosotros mismos y en nuestra capacidad de regenerar nuestra vida según el modelo que nos ofreces en tu evangelio. Madre Santísima de la Merced, ruega por nosotros sedientos de libertad, rompe las cadenas que nos esclavizan y anulan como personas. Vela y protege a nuestras familias. Extiende tu manto maternal sobre esta prisión, para que, entre todos, consigamos humanizar y dignificar nuestras vidas.