Ayer mismo el Papa Francisco abría la Puerta Santa jubilar en la Basílica de San Pedro, como inicio y signo del que será un año Jubilar universal que tiene como lema “Peregrinos de la Esperanza”. “Peregrinos” en plural, para expresar que la esperanza nos pone en camino y que en el mismo caminar juntos se fortalece la esperanza. Magnífico gesto que se fundamenta en la ciudad de Belén, donde los primeros adoradores del Niño Dios llegan en pequeños grupos, como los pastores y los magos. El encuentro con Dios es personal, su búsqueda es comunitaria (hoy decimos, “sinodal”). Por ello, el próximo domingo 29, en Tegucigalpa y en el mundo, tendremos también la apertura Diocesana del Jubileo con una misa que será precedida por una pequeña peregrinación, para expresar que la vida entera es un camino de fe.
El Santo Padre, ha elegido el 24 de diciembre para abrir la “puerta jubilar”, remitiéndonos a Cristo mismo, puerta de la salvación. Navidad es el día en que la tierra, gracias al “sí” de María, se abre al cielo, para expresar en la encarnación del Hijo, que el corazón del Padre siempre está abierto a aquellos “que creen en su nombre”. A ellos “les dio poder para ser hijos de Dios”. “Estos no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios”. Se dice pronto, y lo escuchamos cada año en el evangelio de San Juan, pero es una noticia enorme, es la Buena Noticia por excelencia: somos hijos e hijas de Dios. Y para los hijos, la puerta permanece abierta. El misterio de la vida humana no consiste en alcanzar la salvación, sino en no negarla.
Cuando nos hemos acercado a mirar el Belén, hemos ido a “leer el evangelio” en las imágenes. Ya son más de 800 años de tradición de esta bellísima expresión popular del misterio navideño. Cada “nacimiento” tiene algo diferente que expresa el misterio de la encarnación conforme a las diversas comprensiones culturales. No dejemos de visitar los “belenes”, que tanto nos dicen cuando los contemplamos con reverente admiración. Sabemos, y nos lo ha recordado el Evangelio de hoy, que “a Dios nadie lo ha visto jamás”. Pero también sabemos, que “el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo da a conocer”. El Niño que contemplamos en el pesebre nos habla de Dios. No nos dice muchas palabras, pero nos lo dice todo, porque Él es la Palabra eterna, “luz divina que las tinieblas no pueden sofocar”.
Cuando al finalizar la celebración pasaremos a adorar al Niño Dios, estaremos haciendo un gesto consciente de verdadero reconocimiento y agradecimiento a Jesús, la Palabra hecha carne. Conforme a la carta a los Hebreos, estamos respondiendo a la voluntad del Padre, que “cuando introduce a su Hijo primogénito en el mundo” pide “que todos le adoren”, porque él es Dios.
Este día Santo “vemos con nuestros ojos” de fe “la victoria de nuestro Dios”, que en Cristo abre para nosotros la puerta de la vida. Feliz Navidad.