Comenzamos un nuevo año litúrgico con el que se inaugura el tiempo de Adviento con la bendición de las coronas, signo que nos recuerda que Jesucristo es la luz del mundo. La corona de Adviento es signo de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas, y la muerte, porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre y nos a dado la vida.
Los cirios de la corona deben significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad, por eso en este Primer Domingo de Adviento en la Catedral Metropolitana San Miguel Arcángel, así como en todos los templos donde hubo Eucaristía se bendice la corona y se enciende el primer cirio.
Durante la homilía, el Arzobispo de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, Monseñor José Vicente Nácher, manifestó lo siguiente: “Ustedes están a la espera de que nuestro Señor Jesucristo se manifieste”, dice San Pablo a los Corintios, definiéndonos como “seres capaces de esperar”. Esperar implica tener conciencia de que algo falta y al mismo tiempo que algo viene. En nuestro caso no es algo, es Alguien, es Jesús. Por ello, el Adviento, no es un retroceso a los tiempos anteriores a la venida en carne del Hijo de Dios, sino, ante todo, una permanente actitud de apertura a Aquel que es más grande que nosotros.
Y prosiguió diciendo que, “Adviento es cercanía, pero a la vez expresa cierta distancia. Y es que así será toda nuestra existencia, una imperfecta proximidad que no tiene aún su plenitud, aunque ya contiene por fe la deseada presencia. Vivimos en la seguridad de la promesa, no de la visión. La existencia del cristiano es un camino de Nazaret a Belén, del anuncio a la adoración, de la renuncia a la admiración.
Las lecturas de este primer domingo del año litúrgico promueven una actitud de vigilancia, es decir de atención a los signos que nos muestran la cercanía del Señor, y a la vez la sorpresa que supone su venida. De hecho, pasados tantos años, la venida de Jesús sigue sorprendiendo.
Monseñor Nácher reflexión diciendo que “son muchos los que pasan la vida en una triste monotonía, sin saber que la rutina de la existencia humana ha sido rota por la iniciativa del Padre que nos envía a su Hijo amado. Dejémonos sorprender por el Señor”.
Esperanza significa dejar espacio a la sorpresa, incluso en este mundo de seguridades y cálculos. “Usted tardará tanto tiempo en llegar por esta ruta”, nos dice la tecnología. En el camino, ya no disfrutamos la belleza del paisaje, porque andamos pendientes, de una pantalla y una voz artificial. Las máquinas no conocen la sorpresa. Pero no somos una inteligencia artificial asignada en un cuerpo animal, somos personas humanas, con cuerpo, alma y corazón, capaces de creer, esperar y amar, es decir, capaces de recibir la sorpresa de Dios.
Hoy es el primer domingo del Adviento, tiempo de preparación y expectación. Entramos en el tiempo de la Virgen María y su esposo San José, la familia del primer Adviento y el manantial de donde brota toda Esperanza. Podemos afirmar que la calidad de nuestra Navidad dependerá mucho de la calidad de nuestro Adviento. Porque esperar bien es prepararse bien, porque no somos dueños de nada más que de nuestra libertad. Servidores fieles y atentos a su Señor.
De manera definitiva, no sabemos cuándo, pero sabemos que Cristo llegará. Así como vino, viene y vendrá. Por ello hacemos nuestra la súplica de la primera lectura: “cielos lloved de lo alto, destilad al salvador”. Venga a nosotros, como lluvia propicia, el esperado Redentor. Que este sugestivo tiempo litúrgico del Adviento nos encuentre vigilantes, confiados y dispuestos.