En este mes de septiembre, celebramos con gozo la Natividad de la Virgen María, conmemorando su nacimiento a la vida terrenal y también, veneramos la dulzura y el significado profundo de su nombre, “María”, recordando que en ella se cumple la promesa divina de una nueva alianza y que, al invocar su nombre, reconocemos nuestra identidad como hijos de Dios.
Importancia
El Padre Alberto Enamorado, Párroco de la comunidad Divina Providencia de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, afirma que, como cristianos, estas fiestas tan importantes como ser la Natividad y el Dulce Nombre de María, son una parte fundamental de nuestro camino como cristianos. “No puede haber un verdadero seguidor de Cristo sin ser mariano, ya que celebrar estas fiestas es un signo de fe. Jesucristo, antes de morir en la cruz, nos entregó a María como madre y por ello la adoptamos como nuestra propia mamá. Desde ese momento, María se convierte en esa mujer discípula, la hija de Dios en la cual Él mismo revela su gracia a través del Espíritu Santo”.
Asimismo, el Padre Alberto continúa diciendo que, al conmemorar cualquier fiesta dedicada a la Virgen María, estamos celebrando a Dios mismo, es decir, a Jesús en María. Su Natividad revela el sentido profundo de su misión en la historia de la salvación. Celebramos esta fiesta el 8 de septiembre, exacta- mente nueve meses después de la fiesta de su Inmaculada Concepción.
Nombre
El 12 de septiembre celebramos el Dulce Nombre de María, al igual que celebramos el nombre de Jesús, ya que ambos son importantes. Esta fiesta resalta como se le llama a la Madre del Señor, que los católicos pronunciamos muchas veces cuando la invocamos en nuestras oraciones, jaculatorias y, especialmente, en el Santo Rosario. María debe ser nombrada con el mismo respeto y amor con el que nombramos a Jesús, porque su nombre también designa su misión, nombre que fue elegido por el Señor, ya que en ella la gracia fue concebida.
Conmemorar ambas fiestas es resaltar nuestra fe y sentido cristiano. Somos de Cristo, le pertenecemos, y vivimos como sus discípulos. No po- demos separar a María de su Hijo, ni ver al Hijo sin María, que es su Madre.
ORIGEN DE LAS FIESTAS
La celebración de la Natividad de la Virgen María se remonta al siglo VII. Esta fiesta se originó en la Iglesia Oriental y más tarde fue adoptada por la Occidental, especialmente en Roma, donde se integró al calendario litúrgico para destacar la importancia del nacimiento de María en el plan de salvación de Dios.