Los cristianos somos tierra de misión en doble vía. Por un lado, porque es un mandato divino anunciar el Evangelio a todas las naciones, es el envío misionero de Jesús. En la otra forma, es que nosotros debemos estar siempre abiertos a dejarnos interpelar por la Buena Noticia de Jesucristo. En pocas palabras, todos debemos ser misioneros y a la vez “misionados”. Es el Espíritu Santo actuando en el pueblo de Dios.
Vocación
En virtud de nuestro Bautismo, los cristianos somos misioneros. En ese sentido, significa que somos parte de la gran familia de Dios que es la Iglesia y nos unimos a esa vocación que tenemos en común. El padre Juan Ramón Moncada, quien ha sido misionero en África, describe su experiencia misionera con las siguientes palabras: “En la vocación específica como sacerdote misionero más allá de las fronteras, para mí es un regalo inmenso que he recibido de Dios al hacerme participe de su misión para la humanidad, el darlo a conocer como un Dios de amor en donde se me necesite, entre los más necesitados y desfavorecidos, incluso en aquellos lugares que en pleno siglo XXI el Dios que Jesús nos ha presentado es todavía desconocido. Ese es el carisma de la Sociedad de Vida Apostólica a la que pertenezco y lo asumo como propio”.
Salida
Cada hombre y mujer es una misión que debe acoger las palabras del Génesis donde el autor dice: “Sal de tu tierra”, porque estamos llamados a reflexionar la realidad y responder con sentido de responsabilidad y pertenencia con la certeza que el Señor está a nuestro lado y obrando en cada uno de nosotros allá donde iría el Señor, hacia las ovejas perdidas y más abandonadas. Somos tierra de misión porque nuestro servicio más grandioso surgirá del dolor más grande.