“Les aseguro que los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en el camino del Reino de Dios” (Mt. 21, 28-32).

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La lección que nos da la Palabra de Dios hoy, empezando por la lectura del profeta y el salmo responsorial, es que no basta decir cosas. No basta la intención. Además, hay que hacer lo que se dice.

A un político no se le aplaude sólo por sus intenciones o sus promesas en tiempo de elecciones. Todos esperamos que cumpla lo que ha dicho. Los fariseos recibieron a menudo reproches de Jesús en esta dirección. ¿Qué recibimos los cristianos de hoy?

En la primera lectura el profeta Ezequiel nos ha dicho que: “Cuando el malvado se convierte de su maldad, salva su vida”. El profeta compara la conducta del justo y del malvado, y la responsabilidad de cada uno, ante la dura experiencia del destierro y la destrucción de Jerusalén.

Si uno es justo, pero luego “se aparta de su justicia, muere por la maldad que cometió”. Si uno es malvado, pero “se convierte de la maldad, él mismo salva su vida”. Al justo se le pide que persevere en el bien. Al malvado, que se convierta. El mensaje del profeta está lleno de esperanzar: invita a todos a confiar en la bondad y el perdón de Dios. Cada uno es responsable de sus actos y no puede escudarse en el grupo al que pertenece.

Por eso el Salmo infunde una actitud de confianza: “recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna”, y le pide: “no te acuerdes de los pecados de mi juventud”. El salmista pide con humildad: “Señor, enséñame tus caminos”.

El Evangelio de hoy recoge otra parábola del Señor:

La historia de los dos hijos. Jesús hace una pregunta inicial: “Pero ¿Qué les parece? Es para llamar la atención de las personas para que presten oídos a la historia que sigue. Jesús comienza diciendo: “Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Y él le contestó: No quiero, pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: Voy, Señor, y no fue. ¿Qué mensaje encierra esta parábola?

 Esta parábola desenmascara la falsedad y la incoherencia, la infidelidad a la palabra dada. La doble moral no es aceptable ante Dios, y mucho menos en los dirigentes sociales, políticos y religiosos. Por eso Jesús los critica. Los publicanos y las prostitutas, sin embargo, tienen conciencia clara de que su modo de vivir no es el mejor y sienten la necesidad de salir de aquella situación.

Los publicanos y las prostitutas eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía, ya que Jesús es el Rostro de la misericordia de Dios vuelto hacia nosotros.

Los publicanos eran los que cobraban los impuestos para los romanos, eran considerados “impuros”. Las prostitutas, como en todas partes, eran consideradas lo más bajo de la sociedad. Ellos y ellas, aunque fueran judíos, no eran considerados miembros del Pueblo de Dios y eran rechazados por todos.

Por eso, cuando escuchan que de parte de Dios alguien les dice que para ellos hay una posibilidad de vivir como personas, de recobrar su dignidad pisoteada y perdida, y de restablecer su amistad con Dios, acogen esa esperanza con la alegría del que siente la necesidad de ser salvado, de ser liberado del desprecio y de la marginación.

Ciertamente esta parábola del hombre que tenía dos hijos es también para nosotros: es la contradicción entre nuestras palabras y nuestra vida: ¿No nos sentimos reflejados también nosotros en esta parábola? ¿No hay también contradicciones entre lo que decimos y lo que hacemos realmente hoy? ¿Con cuáles de los dos hijos nos identificamos?

 Que nosotros tengamos la certeza de que Dios, que es amor, nos da siempre oportunidades a lo largo de toda nuestra vida para que podamos cambiar nuestro no, y convertirlo en un sí. ¿Estaríamos dispuestos a ello?

Esta parábola nos cuestiona: lo que se opone a la verdadera fe no es los que se dicen “no creyentes”, sino la falta del testimonio de nuestra vida. ¿Qué importa (nos dice Jesús en la parábola) que un hijo diga a su padre que va a trabajar en la viña si luego no lo hace? Las palabras, por muy hermosas que sean, no dejan de ser palabras. A veces, ¿No hemos reducido nuestra fe a palabras, a creencias, a ideologías o a fenómenos sensibles? La verdadera fe, hoy y siempre, la viven aquellos hombres y mujeres que tratan de traducir en hechos la belleza y la alegría del Evangelio: nuestra adhesión a Jesús necesita ser alimentada y testimoniada con nuestra propia vida.

Jesús al comienzo de la parábola ha dicho: “¿Qué les parece?”.  Quiere decir que también se dirige a nosotros diciéndonos hoy: ¿Qué te parece esta parábola?

Tal vez, hoy sería bueno preguntarnos: Nuestro “sí” a Dios, ¿Es de palabras o con obras? Solo abriéndonos a Él que es nuestra Fuente y respondiendo positivamente a su llamada interior es posible encontrar la felicidad, la paz del corazón y un sentido pleno a nuestra vida.

Que hoy podamos decirle: Señor, Jesús, que no haya tanta distancia entre lo que digo con mis palabras y lo que vivo en mi vida de cada día. Ayúdame a ser coherente con el deseo profundo de Vida que clama en lo más profundo de mí.

 

 

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