La misión

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La misión de la iglesia, es decir, la misión para cada uno de los bautizados es continuar, prolongar la misión de Cristo. Esta misión nace de la entrega, del amor profundo, de la donación de la propia vida por un amor que lo pide todo porque lo ha dado todo. La misión no es un asunto de simples palabras es, sobre todo y fundamentalmente un asunto de la manera de vivir. Es un asunto de la forma como nos presentamos ante el mundo.

Precisamente es esta característica fundamental donde la responsabilidad que hemos adquirido al ser conocedores del amor de Dios, debe manifestarse de manera más evidente. Sin una vida coherente entre lo que decimos y somos, entre lo que decimos creer y nuestra manera de proceder, es el verdadero y más eficaz método de evangelización.

Nuestro mundo, está reclamando de los cristianos, cada vez más, una mayor coherencia, una mayor transparencia, un mensaje claro, sin ajustes, sin excusas, sin acomodamientos. Un mensaje de vida que hable de Cristo, que muestre a Cristo y no que hable de nosotros o nuestros intereses y gustos.

Nos hemos acostumbrado a vivir en un ambiente que, si no rechaza abiertamente a Dios, ha vuelto de Él una caricatura. Son muchos los que han olvidado el segundo mandamiento de la ley de Dios: “No usarás el nombre de Dios en vano “.

Muchos se llenan la boca hablando de Dios, pero su mensaje no refleja la fraternidad, la compasión y el espíritu legítimamente cristiano, que supera el afán de poder, de tener y de placer.

Anunciar el Evangelio, prolongar la misión de Cristo, implica proclamar alegremente un mensaje de esperanza, de salvación. Pero, al mismo tiempo, nos obliga desde la voz de nuestra conciencia, a denunciar todo aquello que vaya en contra de la dignidad de la persona humana, es decir, en contra de los valores del Evangelio.

Evangeliza tanto aquel que defiende la vida desde el momento de la concepción hasta su final natural, como aquel que defiende los valores de una familia según el proyecto original de dios.

Evangeliza aquel que sabe ejercer su profesión sin vender su alma al diablo, sin consentir jamás un acto que riña con los principios éticos de su misma profesión.

Evangeliza aquel que está junto a la cama del enfermo sirviéndole desinteresadamente. Evangeliza el que, por encima de la línea de partido, de proyectos egoístas, se atreve a disentir, a oponerse a todo aquello que atente contra el bien común y que solo garantice la conservación de un poder que todos sabemos termina cuando somos llamados a rendir cuentas delante de Dios.

La misión de los bautizados es apremiante, es urgente, es necesaria. No es momento para desentendernos de nuestra vocación particular sino para atrevernos a ir contra la corriente de un mundo que ha perdido el horizonte y se enreda en mentiras y más mentiras. Es momento de optar decididamente por Cristo.

Padre Juan Ángel López, párroco Sagrado Corazón de Jesús, Miraflores

 

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