Con mucha esperanza damos inicio a un nuevo año, centrados en la figura de la Virgen María bajo la solemnidad de María Madre de Dios, porque es en su persona que Dios interviene en el mundo haciéndose carne. Es por Ella, que ese “si” representa esperanza y abandono completo en Dios. Para el Seminarista Dixie Ballesteros, María permite con su “Fiat” que Dios intervenga en el mundo haciéndose carne en su vientre. Dicho de otro modo, en María es concebida la Salvación del mundo y en quién se actualiza nuestra historia. Actualmente, menciona el seminarista, nos enfrentamos con el fenómeno de rechazo a la maternidad; el convertirse en madres representa el salir de la zona de confort, puesto que esto implica sacrificio, responsabilidad y romper el esquema habitual de una mujer previo a dar a luz. Es admirable como la Virgen María a su corta edad, fue también un referente en la madurez, porque permitió que la gracia de Dios le acompaña cuando aceptó encarnar en su seno al hijo del Creador. Su edad no fue un impedimento para llevar a cabo tal tarea.
Compresión
Para la feligrés Karen Kurwahn, es admirable como la Virgen María vivió su maternidad bajo la fe inquebrantable en Dios. “Todo lo que ha sucedido es producto del amor de Dios, su confianza ciega en su creador. En la actualidad no todos tenemos la capacidad de saber reconocer su voluntad y no la propia, debemos confiar plenamente en que Él, al confiarnos una misión, también nos proveerá los medios”, dijo.
Es probable que muchas mujeres rechacen la idea de ser madres debido a la percepción de que no poseen el nivel de madurez requerido. Al comparar aspectos físicos, algunas priorizan cuidarse a sí mismas, disfrutar de momentos de descanso y preservar su belleza. Estas mujeres no están dispuestas a comprometer su vida, sacrificarse, porque ante todo ponen sus propias necesidades. El egoísmo y egocentrismo resisten ante la voluntad de Dios.
Dogma reconocido
El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). En el Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así: “Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades” (Constitución Dogmática Lumen Gentium, 66)