El título que le doy a mi artículo de esta semana, da lo mismo que lo lea usted esta o la próxima semana y, lamentablemente, en cualquier semana de cualquier año mientras las cosas no cambien en este país en el que sólo los que están en el poder, tampoco importa la fecha o le partido que esté en el gobierno, creen que es una maravilla.
Inconsistencias ha habido en todos los procesos electoreros, no me gusta decirles electorales porque no es cierto, nosotros no elegimos a las personas que nos han gobernado sino que se nos han impuesto. Algún día hablamos del primer fraude de la historia de Centro América allá por enero de 1822.
Es más que ofensivo todo el dinero que se gasta en campañas políticas, en supuestamente adecentar el Registro Nacional de las Personas, los censos, el enrolamiento, etc.
Si nos ponemos a pensar en toda la gente que incluso este año, en medio de la Pandemia, se atrevieron a arriesgarse para ir a buscar una oportunidad más digna en los Estados Unidos, debería caérsenos la cara de la vergüenza. Pero, no me lo nieguen, esta última caravana que ha salido conformada en su mayoría por habitantes de La Lima y de las zonas afectadas por las catástrofes de los huracanes, es la última piedra, de una lápida con la que como nación deberíamos enterrar este año.
Podemos pasarnos semanas enteras hablando de inconsistencias en cualquiera de los trámites que se hacen en el país.
Inconsistencias entre lo que se discute en el circo aquel, al que le llaman Congreso Nacional y lo que se termina publicando en La Gaceta. Inconsistencias entre lo presupuestado y lo ejecutado.
Inconsistencias entre las cifras de SINAGER y lo que realmente está pasando. Inconsistencias entre lo que se pide en préstamo y lo que realmente llegará a manos de los que lo necesitan.
Inconsistencias entre los noventa y tantos hospitales que se prometieron y lo que realmente se tiene y se tendrá.
Inconsistencias entre lo que se discursa y lo que se hace.
Inconsistencias… somos el país de las inconsistencias. Casi tendríamos que atrevernos a cambiarnos el nombre porque igual lo de Honduras ya sale oliendo a un precipicio y no a la hondura del carácter de los hondureños.
Aquí lo único consistente, recurrente, perseverante y creativo, termina siendo la capacidad y habilidad que tienen estos señores para seguir impunes, seguir robando. Consistente es el cinismo y descaro en el que muchos se llenan la boca repitiendo las cosas que “la gente quiere escuchar”, pero no lo que realmente ocurre.
Consistente es el índice de pobreza, de miseria, que es directamente proporcional al nivel de indiferencia y de injusticia en el que nos ahogamos cada día más.
Ruego a mi Dios que sea igualmente consistente, mucho más consistente, el deseo por cambiar esta situación, cada uno desde su ambiente, pero sin dividirnos más, sin seguirnos viendo como enemigos.