Los últimos diálogos del Resucitado con los suyos, en el Evangelio de Marcos, no son tanto para apagar inquietudes sino para enviar a la Misión. Llama la atención que, conscientemente, Jesús deja muchos detalles abiertos, que quedarán a cargo de la propia comunidad, conforme al Espíritu que les promete. ¿En qué consistirá la vida de la nueva comunidad? Tendrán que recordar que nunca se conoce el camino hasta que éste no se recorre. Muchas cosas quedan por decir, Jesús lo sabe, pero para ello les enviará el Paráclito, aquel que les enseñará todo lo que aún necesitan para vivir día a día conforme al Evangelio que Él les anunció.
Fortalece a los suyos y los envía. Los vincula a sí mismo, como la cabeza al cuerpo, y al mismo tiempo confía a ellos su propia Misión. En definitiva, podemos decir, en esta fiesta de la Ascensión, que para Jesús “comunidad y misión” no son dos realidades separadas, sino dos manifestaciones de su presencia salvadora. El texto de Marcos no se dedica tanto a describir el acto de la ascensión, sino a añadir algo que le da una nueva dimensión: “el Señor Jesús fue elevado al cielo, y se sentó a la derecha del Padre”. En el credo añadimos, “para interceder por nosotros”.
Ésta es la respuesta a la pregunta: ¿dónde está Jesús? Lo que era una presencia cotidiana en el nazareno, quedó “Lo que era una presencia cotidiana en el Nazareno, quedó cuestionado en la muerte del crucificado” Mc 16, 15-20 cuestionado en la muerte del crucificado. La tumba vacía reabrió la esperanza que fue confirmada en los encuentros con el resucitado. Pero la presencia aún necesitaba adquirir una nueva forma que desafiara tanto el conformismo como los intereses particulares. Con la Ascensión del Señor, la mirada de los discípulos al cielo les permite descubrir que la puerta quedó abierta, la distinción de cielo y tierra había sido transformada.
Donde había una distancia inaccesible se abre una puerta de comunicación, por la que el clamor de la humanidad asciende y la compasión de Dios desciende. Jesús no está. Pero no se ha ido sin más. Ha sido una despedida, diríamos que, anunciada y solemne. De manera que su ausencia lo hace más presente. Una presencia discreta pero cierta en los sacramentos, en la Palabra y en los más pequeños. Su presencia será ahora menos evidente, pero igual de eficaz. Empezamos a pasar del tiempo de la visión al de la contemplación, de forma que, ahora que está más lejos lo percibimos más cerca. Vale la pena insistir.
Es cuando Jesús no está, cuando la Iglesia empieza a cumplir su mandato, “vayan a todas las naciones y anuncien la Buena Noticia”. Porque era necesario que Él fuera delante, y que nosotros camináramos en la fe. Nuestra mirada se eleva y con ella nuestro corazón. Jesús entre las nubes muestra nuestro futuro último. Pero para ello, nuestro presente necesita estar acompañado por el Espíritu, al cual esperamos, seguros de que con él nada nos apartará de Jesús.