Homilía del señor arzobispo para el XXXIII domingo del tiempo ordinario.

“La sobriedad como virtud” Mt 25, 14-30

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Para que la venida del Señor no nos sorprenda, “vigilemos y vivamos sobriamente”, nos dice San Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses. Estamos ya en el último domingo antes de la solemnidad de Cristo Rey, con la que culminaremos el año litúrgico, y con ello el ciclo de lecturas que durante un año nos han introducido en el Misterio de Cristo. Este domingo, además, celebramos la jornada mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco, y que va arraigándose cada vez más en nuestras comunidades cristianas ayudándolas a centrarse en las actitudes fundamentales del Evangelio.

Y es que, la esencialidad de una vida sin adornos y ni añadidos, que apenas alcanza a subsistir, sitúa nuestra mirada en Cristo. “No apartes tu rostro del pobre”, porque en él te espera Cristo. La pobreza, escribe el Papa en su carta para esta jornada 2023, es como “un río que atraviesa nuestras ciudades, y se hace cada vez más grande hasta desbordarse”. A partir de esta imagen, permítanme un añadido. Así como los ríos al desbordarse inundan y causan trastornos, pero al mismo tiempo, a largo plazo, esas aguas hacen fértiles los valles, que así, este lamentable desbordamiento de pobreza material (que no debería existir) inunde nuestra miseria espiritual, con la riqueza moral que el Señor deposita en la persona de los pobres. No es hoy un día para dar con aire de superioridad.

Hoy es un día para compartir, con espíritu humilde de fraternidad, recordando que todos somos pobres y necesitados. Sentarnos a la mesa y compartir los mismos alimentos con los pobres, significará un verdadero y sobrio alimento para nuestra alma. Y de esta manera, como pide el Papa, evitemos que “se silencie la voz de los pobres”. Y volvemos a la palabra “sobriedad”, que se nos presenta como actitud acertada frente a este mundo que pasa y termina, y nos dispone ante Jesucristo que viene y nos llama a ir más allá.

Frente a un mundo de ostentación, vanidad y obsceno derroche, el cristiano está llamado a llevar un estilo de vida austero, mesurado, comedido. La sencillez de vida se convierte en una forma de parecernos a Cristo, y disponernos a su seguimiento. Porque quién poco tiene que perder -en cuanto a la carne-, más fácilmente invierte todo lo que es en el reino de Dios. Los talentos no son cheques de dinero, sino responsabilidades asignadas.

Los talentos son las oportunidades que tenemos de hacer el bien, frente a las cuales, podemos arriesgarnos a invertir lo que somos (darnos del todo), o bien podemos dormirnos en la comodidad y seguridad, enterrándonos a nosotros mismos cuándo queremos guardar lo que creemos tener. “Quien fue fiel en lo poco, lo será en lo mucho”. Quienes viven con poco, de manera austera, cuidando de su entorno y compartiendo con los más pobres, son fieles a la voluntad de Dios. A ellos se les confiará, no algo transitorio, sino el “mucho” bien que Dios nos tiene preparado en el cielo.

Nuestro mundo y nuestra Iglesia necesitan hombres y mujeres que, sin miedo a equivocarse, se fíen de Dios, y lo den todo con generosidad, invirtiendo su vida en la construcción de un mundo más justo, sincero y próspero. A ellos el Señor les llamará y les dirá: “fuiste un servidor honrado y fiel, pasa adelante y participa de mi alegría”.

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