¿Qué quieren decir estas palabras de Jesús? Con estas palabras simbólicas, Él anuncia el proceso de liberación de la historia humana y de nuestra propia historia. “Después de la gran angustia”, es decir, después de un tiempo como el nuestro en el que parecemos destruirnos unos a los otros. Y Jesús añade “El sol oscurecerá, la luna no dará su resplandor y las estrellas caerán del cielo.”
¿Qué significan estas imágenes literarias del sol y la luna? “El sol y la luna” representan a los falsos dioses, el oscurecimiento de los astros mayores (sol y luna), indican también que los falsos valores que representan estos “dioses” de este mundo son inaceptables… “Las estrellas caerán del cielo”. Simbolizan también las fuerzas del mal y de la muerte, es decir, de los poderes opresores que encarnan los sistemas ideológicos y económicos que esclavizan a los seres humanos y causan tantas injusticias y sufrimientos…
Todos caerán. Caerá este mundo viejo, dominado por la violencia y la injusticia, marcado por la desigualdad y la pobreza. Caerá este mundo falso, que vive de fachada, instalado en la mentira y carente de sentido. ¡Cuánta mentira y cuánta manipulación! Esos “astros caídos” (que caerán) son los poderes del dinero y del mal que matan y destruyen a los pobres. Las sucesivas crisis sociales, económicas y ecológicas y el permanente deterioro de la sociedad, se han encargado de revelar toda la falsedad que se encubría detrás de esas “estrellas del cielo”. Caerá esta “cultura de pecado y muerte”, los grandes capitales reunidos para matar, los grandes estados enfrentados para poseer el mundo… Caerá toda la soberbia humana, la auto-idolatría y quedaremos a ras de tierra… Si, “Las estrellas caerán del cielo”.
Estas imágenes pueden interpretarse también en sentido personal: hay hombres y mujeres para los que el sol se oscurece y para los que desaparecen las estrellas del horizonte de su vida. En las frustraciones de la vida, muchos sienten que no hay en su corazón ningún sol que ilumine su oscuridad; para muchos, hoy todo se ha derrumbado, allí donde habían puesto su esperanza se ha venido abajo, lo que una vez les causó alegría, hoy resulta motivo de tristeza. Y es ahí, en esa situación, es donde puede brillar la esperanza, iluminando nuestra oscuridad con su luz y disipando nuestros miedos.
“Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y gloria”. Aquí se anuncia el gran triunfo del Hijo del Hombre, el triunfo del Hombre que es Jesús el Resucitado, es decir, la nueva humanidad. Su gran fuerza de vida se opone a la fuerza de la muerte que se tambalea; su gloria se opone a la de los opresores que declinan. Esta venida del Hijo del Hombre es un mensaje de esperanza. No se trata del final del mundo natural, sino más bien, del final de un mundo injusto.
No es el temor, sino la esperanza lo que hace brotar en nosotros el Evangelio de hoy: a pesar de la situación actual de este mundo que excluye a los más pobres, a pesar de tantos sufrimientos sociales y personales que oscurecen el sentido de la vida humana. Después Jesús añade una pequeña parábola: “Aprendan de esta parábola de la higuera”. Con esta parábola se hace referencia a la primavera que es el tiempo de la abundancia en que todo reverdece y que anuncia los frutos del verano. Es como si nos dijera que los frutos de la vida están cerca, como los de la higuera. “Sepan que Él está cerca, a la puerta”.
Jesús quiere hacer comprender a sus discípulos y a todos nosotros que en las situaciones difíciles que atravesamos, él está siempre cerca. Por su Resurrección Cristo está presente en el tiempo y en la historia. Su presencia ha entrado entre nosotros para siempre. Los cristianos a partir de las palabras del Señor vemos el presente con esperanza. Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el final que espera a la historia dolorosa pero apasionante de la Humanidad? ¿Qué sentido tiene nuestra vida humana? Nosotros no creemos que nuestra vida viene de la nada y termina en la nada. Nosotros creemos que el final de todo no es la nada sino el amor, la misericordia y la vida en plenitud. Y Jesús termina diciendo: “En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.
Estas palabras finales son una invitación a vivir permanentemente en la confianza: pase lo que pase, estamos en manos del Padre, que es amor. Hoy es la Jornada mundial de los pobres y quiero recordar unas palabras del Papa en su mensaje: “quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos”. Hay un el vínculo inseparable entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio. Jesús no solo está de parte de los pobres, sino que comparte con ellos la misma suerte.
El compartir genera fraternidad. Esta jornada pide reconocer las múltiples y demasiadas formas de desorden moral y social que generan siempre nuevas formas de pobreza. El año pasado, además, se añadió otra plaga que produjo ulteriormente más pobres: la pandemia. Esta sigue tocando a las puertas de millones de personas y, cuando no trae consigo el sufrimiento y la muerte, es de todas maneras portadora de pobreza.
Los pobres han aumentado desproporcionadamente y, por desgracia, seguirán aumentando en los próximos meses. Por eso es decisivo dar vida a procesos de desarrollo en los que se valoren las capacidades de todos. Se requiere un enfoque diferente de la pobreza. Si se margina a los pobres, como si fueran los culpables de su condición, entonces el concepto mismo de democracia se pone en crisis y toda política social se vuelve un fracaso. «A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14, 7). Es una invitación a no perder nunca de vista la oportunidad que se ofrece de hacer el bien. Hoy podemos decirle a Jesús: En tus manos, Señor, hemos puesto nuestras esperanzas, aunque las estrellas caigan, tu presencia permanece y alumbra nuestros pasos cada día.