Homilía del Señor Arzobispo para el XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

“¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?” (Mc 10, 1-16)

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Esta pregunta de los fariseos a Jesús no se refiere al “divorcio” tal y como ahora se plantea, sino a la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer. El “divorcio” mejor “repudio”, era un documento para despedir a su mujer. En aquella época, era una tremenda discriminación de la mujer. Las razones para despedirla eran ridículas: si la mujer dejaba quemar la comida, si el hombre había encontrado otra mujer más atractiva…

Jesús rompe con la interpretación machista por la cual el hombre podía despedir a su mujer por cualquier causa y se pone de parte del más débil, Jesús responde a una pregunta-trampa que le plantean unos fariseos para tentarle, con una cuestión muy concreta sobre el poder que cierta ley antigua daba al hombre de expulsar a su mujer y le remite al designio original de Dios citando el Génesis: “En el principio de la creación Dios los creo hombre y mujer…y serán dos en una sola carne”, es una expresión hebrea que significa: dos en plena comunión de amor. Es decir, contra la mentalidad y cultura judía, Jesús afirma la igualdad del hombre y de la mujer fundamentada en el amor y libertad.

El amor solo es posible en la igualdad y en la dignidad; no sobre la posesión del varón sobre la mujer, ni de la mujer sobre el hombre. Jesús termina con la cita del Génesis, afirmando: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”… ¿Qué quiere Jesús decir con esta afirmación? ¡Que el amor no se acabe nunca! La respuesta de Jesús desconcertó a todos. Las mujeres no se lo podían creer. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, ¿Qué significa esta expresión? Es una expresión que significa que Dios no quiere mujeres maltratadas y sometidas al varón, Jesús no admite la superioridad del varón y el sometimiento de la mujer sino un verdadero amor entre ambos.

Aunque este sea el ideal del matrimonio cristiano, después nos encontramos con la realidad de los divorciados, con todo el sufrimiento que comporta y que necesitan nuestra comprensión y cercanía. Por eso, el Papa Francisco nos recuerda en la exhortación “La alegría del amor”: “Ellos no solo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio”. Ciertamente que la clave en nuestra vida está en liberar un verdadero amor que es el “designio” que Dios tiene sobre cada uno de nosotros y que está en el fondo de todo ser humano…

Jesús, al proponer el ideal del matrimonio, pone de relieve el potencial de un verdadero amor y si no hay verdadero amor no hay vínculo. Por supuesto, que nuestra capacidad de amar está condicionada por nuestros problemas afectivos, intereses que nos ciegan y que nos impiden elegir bien. Jesús solo hace una propuesta: lo mejor es esforzarse para que esta unión no se rompa y que este amor no se apague nunca. Pero si eso se hace imposible, Él estará siempre a nuestro lado comprendiendo nuestra fragilidad, perdonando nuestros errores y alentando nuestra vida para poder empezar de nuevo. Por eso el matrimonio cristiano necesita de un encuentro personal permanente.

“Los niños se acercaban a Jesús para que los tocara, pero los discípulos los regañaban y Jesús les dijo indignado: “Dejen que los niños se acerquen a mí…” Los discípulos impiden que se acerquen los niños no porque estos puedan molestar al Maestro, sino porque los niños no representaban nada. Los niños eran tan menospreciados como las mujeres. Jesús rompe el esquema cultural y recibe a los niños. En definitiva, a las mujeres y los niños, que en aquella cultura eran considerados de rango inferior, Jesús les devuelve su dignidad rompiendo los esquemas sociales y religiosos vigentes.

Esta es la novedad del Evangelio de este domingo. Además, Jesús, con su gesto de “abrazar a los niños”, va más lejos de lo que se le había pedido. Con este gesto de ternura manifiesta la preferencia de Dios por los que nada pueden ni valen humanamente. En los niños, hoy podemos ver representado el amplio mundo de los pobres y marginados. Jesús termina diciendo: “El que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Ser como un niño significa reconocer la propia pertenencia. Uno descubre quién es cuando cae en la cuenta de a quién pertenece…Nuestra vida pertenece a Dios y ese es el camino para aceptar el Reino. Que como niños reconozcamos hoy que nuestra vida pertenece a Dios y que nuestro corazón cante la esperanza. Nuestra oración puede ser: Señor Resucitado, en nuestra fragilidad, solo esperamos en ti, tú eres nuestra esperanza y nuestra alegría.

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