Homilía del Señor Arzobispo para el XXVI domingo del tiempo Ordinario

“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino...y un mendigo, llamado Lázaro estaba echado en su portal” (Lc 16, 19-31)

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El Evangelio de hoy describe la tragedia amarga que se repite, en la historia de la humanidad. Jesús ha tenido una gran lucidez para señalar uno de los mayores obstáculos que impiden la fraternidad humana: El afán de tener que se apodera de muchas personas y que genera la injusticia social, la corrupción económica, las situaciones de fraude, y el sistema neoliberal en que vivimos. En la parábola aparecen detalles interesantes: Para empezar, “el rico” no tiene nombre. No tener nombre en la cultura semita significa no tener una identidad profunda. Ha perdido el nombre, porque ha construido su vida en el vacío.

Además, “viste de púrpura y de lino”. La púrpura era un tinte escandalosamente caro utilizado por los reyes, y el lino era un tejido que utilizaban los ricos… “Banqueteaba espléndidamente cada día”, es decir, reducía la vida a la diversión, y, esa vida así le impedía ver la realidad del pobre Lázaro. El mendigo, el pobre, sin embargo, no tiene nada, pero tiene un nombre, se llama Lázaro, que quiere decir en hebreo: “Mi Dios es ayuda”. Es decir, Lázaro es aquél que pone su confianza en Dios. Además, este pobre es un mendigo y su cuerpo no está cubierto por delicados vestidos, sino por llagas y no tiene acceso a la fiesta del rico.

Dice el texto que el mendigo “estaba echado en su portal cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que desechaban de la mesa del rico”. Existía la obligación moral en la cultura judía de recoger los trozos de pan caídos al suelo y Lázaro ni siquiera tenía acceso a las sobras caídas bajo la mesa. Así que nos encontramos con dos figuras de contraste: “el rico”, que lleva una vida llena de placeres, vestido de púrpura y lino, y “el pobre”, que ni siquiera puede tomar las migajas que los comensales tiran de la mesa… “el mendigo” está acompañado de los perros (animales impuros), más compasivos que el rico. Podemos decir que esta parábola es la parábola de nuestra sociedad y de la situación de nuestro mundo actual. “Había un hombre”… envuelto en lujos que despilfarraba y montaba viajes de placer… Y “un mendigo”… millones de seres humanos que padecen hambre y miseria, llamado… Somalia, Haití, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Honduras, América Latina, África. Los miles de inmigrantes que cruzan el mar…, ese es el pobre Lázaro, que yace a nuestra puerta.

Cada uno puede hacer la transcripción con sus propias palabras: grandes masas de seres humanos están esperando participar al menos de las migajas de los bienes de la tierra. Sí, Lázaro, representa a millones de pobres en todo el mundo. En nuestro mundo hay muchos “Lázaros” y no tenemos que buscarlos muy lejos, porque los hay también aquí en nuestro país y en nuestra misma ciudad. Y en el rico de la parábola podemos ver reflejado el sistema económico injusto, en el que el 10 % de la población mundial, acapara el 80 por ciento de los bienes de la tierra. Muchos ricos creen tenerlo todo, pero, en realidad, carecen de lo esencial. Su vida está vacía de sentido. La muerte llega a ambos y según las creencias hebreas, el mendigo “es llevado por los ángeles al seno de Abraham”, símbolo de una vida que continúa hacia la esperanza, y el rico, por el contrario, “se murió y lo enterraron”.

Quiere decir, que su vida termina vacía de amor y de sentido. Lo que se produce con la muerte es una completa inversión de las situaciones. Pero hay que advertir que la parábola no es sobre el “más allá” sino sobre el “más acá” de nuestra vida. Esta parábola está en un lenguaje popular, teniendo en cuenta las creencias de los fariseos (los bienes eran bendición de Dios y los males eran como un castigo). Hay un diálogo del rico con Abraham (no aparece Dios) y es significativa la respuesta de Abraham: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni, aunque resucite un muerto”, es decir, si no escuchamos la Palabra, si la Palabra no nos dice nada, las “visiones” no lograrán abrir nuestros ojos. Lo que pone de relieve estas palabras es la ceguera y la insensibilidad que pueden producir la riqueza y la buena vida que lleva el que vive en el consumo y la opulencia.

Ciertamente quien vive bien, en el derroche y en el consumismo desenfrenado, se vuelve insensible y ciego para ver el dolor y la humillación de tantos seres humanos, desamparados, hambrientos y que enfrentan una muerte injusta. La clave de todo el relato es que el rico no descubrió a Lázaro que estaba a la puerta, deseando las migajas que caían de la mesa. Ciertamente, esta parábola es una advertencia seria de Jesús, de forma simbólica, en el lenguaje de la gente de la calle. Esta parábola nos recuerda que no podemos pensar en gozar de la vida y olvidarnos de vivir de verdad.

Se pueden amasar fortunas tranquilizadoras, acumular experiencias compensatorias, vivir aturdidos por el éxito y fracasar en la empresa de llegar a ser plenamente uno mismo. En la vida de Jesús se nos revela que Dios está al lado de los pobres y de todos los Lázaros del mundo, pero también de todo ser humano, porque su amor no excluye a nadie. El que recibe en su corazón a Jesús y su Evangelio no puede organizar su vida centrado en sí mismo, sino que necesita aprender a compartir y solidarizarse con los necesitados. Nuestra oración hoy puede ser: Señor, más de la mitad de la humanidad anda como Lázaro, buscando las migajas que deja caer el dinero, todos están a la puerta de nuestra sociedad del bienestar y tú estás con ellos, danos un corazón abierto a compartir y que nuestra confianza esté en ti, el único que llenas nuestra vida de esperanza y de sentido.

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